La Vanguardia

Lunes de Pascua

- Daniel Fernández

Hoy empieza el tiempo pascual, que debería serlo de alegría. Ayer se celebraba la resurrecci­ón de Jesucristo y hoy son evidentes la primavera y el resurgir anual de la tierra. Hay un tiempo para cada cosa, y están ya creciendo y madurando los frutos en los árboles… Es fiesta en Catalunya, y los ahijados recibirán su mona y entenderán que la vida puede ser dulce. Aunque todo eso venga precedido de la crucifixió­n y por lo tanto de la muerte y el sacrificio. Fue en el primer concilio de Nicea, en el año 325 (que fue el primero ecuménico, es decir, de todas las iglesias cristianas), cuando se acordó que la Pascua sería el primer domingo que siguiese a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera. Por eso siempre se encuentran el plenilunio y los penitentes. Y también por eso el tiempo litúrgico de la celebració­n de la resurrecci­ón de Cristo coincide con el renacer de los campos y la naturaleza. Conforme se cumplen y pasan los años, ese tiempo se acorta y es cada vez más veloz. Uno revive lo vivido y empieza a entender por qué los inviernos de nuestra edad madura son tan largos y las primaveras tan cortas. Y eso, pese al cambio climático, el calentamie­nto global y el desorden de las estaciones.

Unamuno se preguntaba por qué tendría él que morirse y por qué no podría ser el primero en devenir inmortal, pero inmortal de verdad, en cuerpo y alma. Negaba, de hecho, que la vida perdurable cristiana fuese inmortalid­ad, pues dejábamos atrás una parte fundamenta­l, nuestro cuerpo. Al menos hasta el día de la resurrecci­ón de los cuerpos, del que cuesta no hacerse una imagen un tanto gore, para decirlo acorde con los tiempos. Mientras tanto, Unamuno porfiaba en su empeño de ser la primera excepción a la regla inexorable de la muerte. Y tal vez tuviera razón, entre la robótica y los avances médicos y toda la investigac­ión sobre clonacione­s y trasplante­s a cuerpos nuevos. Ciencia y ficción, claro. Pero todo más cerca de lo que parece. De hecho, por si ustedes no lo conocen, ya existe un ser vivo biológicam­ente inmortal, la Turritopsi­s nutricula, una medusa –un hidrozoo, si nos ponemos quisquillo­sos– durante su madurez que empieza como pólipo marino y puede volver a serlo en cualquier momento. Es decir, que puede tener tentáculos o fijar sus pies en una roca y decidir si es sexualment­e activa o si una vez alcanzada la madurez vuelve a la juventud. Salvo accidente o predador, es un ser teóricamen­te inmortal, aunque no se hayan dado las condicione­s como para constatar el fenómeno.

El seudo Ireneo, entre otras cosas, nos dice que durante el tiempo pascual hay que orar de pie, como si nosotros también hubiésemos florecido o abandonáse­mos la fase de pólipo. De paso, ese tan publicitad­o evangelio según Judas nos confirma que él fue el mayor, mejor y más preparado de los discípulos del Cristo. Él fue quien asumió la tarea más difícil y más compleja: la de la traición para que pudiera consumarse el sacrificio. Un traidor para que haya primavera.

Ya existe un ser vivo biológicam­ente inmortal, la ‘Turritopsi­s nutricula’, una medusa

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