La Vanguardia

Semana santa, mágica o trágica

- Sergi Pàmies

El Sábado de Glòria no fue muy glorioso que digamos. En la explanada del Camp Nou, un chiringuit­o de la Grossa de Sant Jordi (al ser una fiesta que funciona, la saturamos con otros estímulos seudopatri­óticos) y mossos d’esquadra armados con subfusiles que encarnan el clima actual de preguerra. El Barça ya no es una metáfora: es un refugio. Queriendo abarcarlo todo, el club homenajea a los escritores con frases forzadas en el marcador. ¿Y el público? Nunca había visto tanto movimiento en la grada. El sector turista tiene hábitos diferentes a los de la parroquia indígena. Durante el partido, nosotros actuamos con una introspect­iva concentrac­ión mientras que ellos practican una despreocup­ación impúdica, de parque de atraccione­s. No dejan de levantarse, de entrar y salir a comprar refrescos y bocadillos o de ir al lavabo y hacerse selfies.

La liturgia ha sido secuestrad­a por el negocio. Y sería un error criminaliz­ar a los intrusos. Somos 80.000 de un aforo de cien mil. Detrás de mí, tres mexicanos visitan el Camp Nou por primera vez, igual que los brasileños que tengo delante. Lamentar la mutación de la parroquia del Camp Nou es un mecanismo reaccionar­io que no tiene en cuenta que, gracias al espectácul­o ofrecido por el Barça los últimos años, el éxito se ha expandido hasta el infinito y más allá. Estamos tratando como simples turistas a aficionado­s de nuestra religión —mes semblables, mes frèresque no tienen la oportunida­d de practicarl­a en su templo mayor. El mexicano se sabe mejor la letra del himno que muchos culés genéticame­nte correctos, pero la emoción del peregrino que visita el Camp Nou por primera vez es más importante para él que el partido. Un partido que vuelve a proporcion­arnos evidencias alarmantes, como la facilidad con la que nos marcan goles.

Nosotros lo vivimos con la costra contradict­oria que nos obliga a celebrar sólo el resultado y a rezar de cara al miércoles. Los turistas, en cambio, están pletóricos y siguen haciéndose fotos sin darse cuenta de que, pese a su prodigiosa eficacia, Leo Messi presenta síntomas de incomodida­d que suelen ser presagio de cambios. Si el club cobrara un euro por cada selfie, podría fichar a los jugadores que necesita para mejorar el equipo. A ratos se nota que la asfixia y la saturación amenazan a los jugadores y que, aunque fingimos que es posible, debe de ser pecado mortal que una religión programe dos milagros en cinco semanas y que, además, pretenda ganar en el Bernabeu (el día de Sant Jordi, of course). Contra nuestra enfermiza inquietud, la despreocup­ación guiri actúa como lubricante mercadotéc­nico. Ellos comprarán una o dos camisetas, consumirán productos de restauraci­ón (muy mejorables), colgarán miles de fotos en Instagram y sentirán que pertenecen a una comunidad tan universal como la que desfila en procesión por las calles de Sevilla.

Debemos cambiar de actitud, pues, y no ver a los turistas-culés como una invasión sino como una prótesis tribal y fraternal. Por ahora sólo nos financian, pero cuando hayan asimilado nuestros hábitos, no tardarán en imponer sus propias reglas. Con una sonrisa servil, pues, ayudo a los miles de guiris perdidos por las entrañas del estadio a encontrar su localidad, me ofrezco a fotografia­rlos, los acompaño hasta el lavabo y, si conviene, les ayudo a bajarse los pantalones. Gracias a ellos el estadio se ahorró la vergüenza de presentar una entrada indecente, la actividad comercial no

¿Es pecado mortal que una religión programe dos milagros en cinco semanas?

fue catastrófi­ca y, en el autobús de vuelta, viví una escena entrañable.

Un padre cuarentón, acompañado por su hijo pequeño. Son extranjero­s, probableme­nte nórdicos. El padre, de pie, saca un libro de su mochila y, con ademán de profesor de oboe, se pone a leer. El niño, que lleva una gorra del Barça, mira a su padre, abre su propia mochila y saca otro libro. Oh. Yo estoy siguiendo el pospartido por la radio, sumergido en el falso dramatismo culé, esclavo de la insatisfac­ción del privilegia­do y la esperanza en una gloria más incierta que nunca. Ellos, en cambio, con la alegría perdurable de haber estado en el Camp Nou y haber visto a sus dioses en directo, regresan a su cultura, más limpia, noble, culta, rica, libre, despierta y feliz, pero que nunca disfrutará del oscuro, pobre, sucio, triste y desdichado placer de criticar (con razón o sin ella) al pobre André Gomes.

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LLIBERT TEIXIDÓ La Real Sociedad celebra uno de los dos goles que logró en el Camp Nou
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