Ahogados en la ciénaga
JOHN Steinbeck escribió que el miedo corrompe más que el poder, así que el nuestro debe de ser un país temeroso porque la corrupción lo inunda todo, como un tsunami que anega casi todos los paisajes. Más que un Estado empezamos a parecer una ciénaga; más que discurso, nuestros políticos parece que tienen excusas embarradas. Resulta desmoralizador descubrir que personajes que lo han sido todo no eran nada, que quienes decidían sobre nuestras vidas eran carteristas de guante blanco. Joseph Fouché –que siempre aspiró a ser un mal tipo– reconocía que todo hombre tiene su precio y lo único que hacía falta era saber la cifra. Cuesta explicar qué falló en el andamiaje político para que, en el centro y la periferia, el personal se aprovechara de los despachos del poder para enriquecerse, con la impunidad como sensación y el enriquecimiento como objetivo.
La crisis, que no sólo dejó a muchos trabajadores en la cuneta, sino también a una gran cantidad de mandatarios en los arcenes, sacó a la luz biografías aparentemente impecables, cuando, en realidad, se trataba de currículos enfangados. Cuando aún no nos habíamos repuesto de las informaciones, según las cuales el vicepresidente Rodrigo Rato amasó una fortuna opaca mientras se sentaba en su sillón de la Moncloa , ayer supimos que el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, era detenido por el desvío de dinero que fluía del Canal de Isabel II hacia bolsillos impropios –también de medios de comunicación madrileños– de forma descontrolada. González sucedió a Esperanza Aguirre y fue su mano derecha durante años. Era uno más de los colaboradores de Aguirre con problemas, como antes lo fueron los consejeros Alberto López Viejo o Francisco Granados, lo que demuestra que las responsabilidades políticas no son como los paraguas, que se pueden abandonar sin que nadie lo advierta. Y la nave va, pero ya no navega por el mar, sino sobre un océano de heces.