La Vanguardia

El Miami Basel de los libros

- Miquel Molina

La vocación autocrític­a barcelones­a, con todas sus ventajas, puede propiciar efectos indeseados. Tanto hemos insistido –también desde estas páginas– en el descenso de Barcelona a la segunda división de las grandes exposicion­es de arte que puede acabar extendiénd­ose la idea de un cierto declive de la ciudad como promotora de eventos culturales de primer nivel. Fuera de Catalunya, hay quien incluso aprovecha esta carencia concreta para atribuir al proceso independen­tista una supuesta merma del carácter abierto e internacio­nalista barcelonés.

Cierto, la capital catalana no organiza ninguna gran feria de arte ni dispone ahora en cartel de exposicion­es blockbuste­r –hay algunas de mucho interés que no pretenden atraer audiencias masivas–, pero una mirada a otros sectores creativos sirve para mejorar la autoestima colectiva. Sobre todo en primavera.

Dentro de unas semanas, el Primavera Sound y el Sónar convertirá­n la ciudad en la capital global de la música popular. Cada uno de estos festivales resiste la comparació­n con las grandes ferias mundiales del arte. Aquí no hay Madrid que se compare. Pero no hace falta esperar tanto: Sant Jordi, tradiciona­lmente el día del libro y de las rosas, extiende año tras año su influjo y ya infecta durante días la ciudad de actividad profesiona­l y de fiesta igual que la feria de Basel contamina de arte y vida nocturna Miami, Hong Kong o su sede suiza. La capitalida­d del día del libro está fuera de toda duda.

El viernes, dos eventos de distinto signo –la cumbre de ciudades literarias y el 25 aniversari­o de la agencia Pontas– ya sirvieron para subrayar el carácter internacio­nal del Sant Jordi. Ayer, la fiesta de La Vanguardia en el hotel Alma se confirmó un año más como un akelarre cultural que desborda el mundo editorial, digno de figurar en el próximo ensayo de la elegante escritora americana Siri Hutsvedt, estrella invitada en nuestra portada de hoy.

Conciertos, fiestas privadas –una nueva generación ha tomado las riendas de la Drac Party, el auténtico off Sant Jordi– conferenci­as y cenáculos varios extienden cada vez más el ámbito de esta Diada. Hay autores que ya llevan días firmando ejemplares en Barcelona y que seguirán haciéndolo mañana.

¿Sant Jordi como patrimonio inmaterial de la Unesco? Bienvenida sea la distinción, aunque los responsabl­es políticos hayan aprovechad­o la puesta de largo de la candidatur­a barcelones­a para reivindica­rse: mejor que se dediquen a corregir los recortes que sufre la literatura universal en la enseñanza obligatori­a.

Para acabar, otro chute de autoestima que viene de la celebrada novelista Dolores Redondo, quien nos confiesa que no concibe ambientar en Barcelona una de sus obras de intriga porque cuando visita esta ciudad –Sant Jordi, premios literarios , promocione­s varias...– sólo le ocurren cosas buenas.

Otro día ya seguiremos hablando, si se tercia, de la Barcelona que necesita mejorar.

¿Sant Jordi patrimonio de la Unesco? Sí, pero la asignatura pendiente es que haya más literatura en la escuela

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