La Vanguardia

Mudanza forzosa en Moscú

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

En la calle dedicada a Julián Grimau en Moscú hay un viejo edificio de viviendas que habla de sueños, de vidas, de la historia de la ciudad más grande de Europa. Pero eso se acaba, porque dentro de poco tiempo esta pequeña casa de cinco alturas, la primera de las conocidas popularmen­te como jruschovka­s, puede dejar de existir.

Forma parte del último plan grandioso que tiene ocupados a los altos funcionari­os de la capital rusa: eliminar de un plumazo estas antigualla­s y construir edificios modernos y más habitables para 1,6 millones de moscovitas que viven en casi 8.000 edificios parecidos. Nada que ver con el modesto plan que puso en marcha el ex alcalde Yuri Luzhkov en 1999 y que, aún inconcluso, sólo ha sustituido 1.651 edificios.

El objetivo alegado por el actual alcalde, Serguéi Sobianin, es mejorar la vida de la población. El pasado 20 de abril, cuando la Duma aprobó en primera lectura la ley estatal que apoya la gran mudanza, el diputado del partido gubernamen­tal Rusia Unida Piotr Tolstói señaló que el 80 % de los vecinos de los barrios donde hay una alta concentrac­ión de edificios de cinco pisos apoyan el programa y quieren mudarse. Para su aprobación definitiva, la Duma debe votar otras dos veces.

Pero muchos afectados se oponen a una iniciativa que aseguran se ha tomado sin consultarl­es. Se quejan de que no les han dado una informació­n clara sobre sus nuevas viviendas, en qué barrio se van a situar ni lo lejos que estarán de su actual lugar de residencia. Las organizaci­ones ciudadanas aseguran, además, que la ley que permitirá poner en marcha la operación es tan flexible que puede permitir abusos.

“Hay edificios que están en mal estado y que deberían derribarse para que la gente viviera mejor. Pero esos edificios en concreto no entran dentro del programa. Tras leer el proyecto, me queda claro que al estar separados entre sí no resultan cómodos para los constructo­res, que pretenden hacer edificios grandes y muy caros”, explica a La Vanguardia Viacheslav Borodulin, que representa al Moskovski Soviet, uno de los movimiento­s a los que esta mudanza ha puesto en pie de guerra. “Van a destruir partes de la ciudad de acuerdo con los planes de las empresas constructo­ras en vez de preguntar a la gente”.

Las jruschovka­s son edificios de viviendas de 3 a 5 plantas que se comenzaron a construir como viviendas sociales en tiempos del líder soviético Nikita Jruschov, básicament­e con paneles de hormigón. Se calcula que formaban el 10% de todos los edificios de toda la URSS. Hoy arrastran un significad­o peyorativo por ser viviendas modestas, pequeñas y antiguas, sin ascensor y con tabiques casi transparen­tes. Se cree que la de la calle Grimau empezó a construirs­e en 1958. Pero en los años sesenta se comenzaron a levantar en serie a toda velocidad (se podían montar en doce días) y se convirtier­on en el sueño de toda una generación, que hasta la llegada de estas cajas de zapatos vivían en su mayoría en komunalkas (pisos compartido­s por varias familias) o en casas sin agua corriente y sin cuarto de baño. La propaganda oficial, en carteles y películas de la época, cantaba alabanzas de las nuevas construcci­ones y destacaba la alegría con que familias enteras (incluidos a veces perro, gato y suegra) llegaban al nuevo paraíso. En Moscú se construían barrios enteros de nuevas viviendas.

Las jruschovka­s se dejaron de construir en el año 1985 y según Borodulin, la mayoría se derribaron en el anterior plan de renovación. “Ahora quedarán sólo unas 50”. En el nuevo plan se incluyen también otros edificios de cinco plantas. En su lugar, se planea construir casas de 15 o 20 alturas, lo que al fin y al cabo sería un buen negocio. “Muchas de las casas incluidas están en buen estado y cuando se construyer­on se les dio un plazo de servicio de 50-70 años”.

Las redes sociales son el principal medio por el que los vecinos están mostrando su desencanto. Varias de esas quejas se centran en la idea de demoler también edificios de ladrillo, que están en buen estado. “En nuestra región sólo hay edificios de cinco plantas de ladrillo. Allí viven los hijos de quienes construyer­on esa casa. Lo que sucede recuerda a la colectiviz­ación. ¿Por qué debemos entregar nuestra vivienda?”, se quejaba una vecina de la barriada de Márfino, Marina, el 26 de abril en una reunión con los concejales de cuatro distritos de Moscú en el que los asistentes mostraron carteles con significat­ivos mensajes: “Renovación = Deportació­n”, “Nosotros nos somos inmigrante­s”. ..

Las alarmas entre los vecinos de Moscú saltaron cuando se supo que a los afectados se les dará dos meses para pensárselo y elegir entre varios pisos para trasladars­e. Si no hay decisión, se procederá al desalojo por orden judicial, contra la que no cabría recurso. Además, no se contempla la posibilida­d de recibir una compensaci­ón económica según los precios de mercado. Sólo se admite la mudanza. Según Borodulin, la ley que tramita el Parlamento viola la Constituci­ón rusa y el derecho a la propiedad privada.

Cambiar a una casa mejor está bien, pero no a cualquier precio. Algunos vecinos también se quejan de improvisac­ión. “Públicamen­te nos dijeron en el 2015 que nuestro edificio de cinco plantas no iba a ser derribado y que pasaba a estar en el grupo de restauraci­ón. Mucha gente lo creyó, compró su piso aquí e hizo reformas”, explica la activista Keri Gugguenber­guer. La renovación global de Moscú destruiría, además, una zona verde llena de parques en el suroeste de la ciudad, algo también difícil de compensar.

Y aunque el nuevo piso sea más amplio, tenga ascensor y tabiques gordos, las dudas son muchas. “Según la ley, lo que puede ocurrir es que nos tengamos que ir a otro barrio alejado, cuando ahora tenemos el metro a cinco minutos”, se queja otra vecina, Yelena. Asegura que si se hiciera una encuesta fiable, lo que todo el mundo querría es que el nuevo edificio estuviese en un radio de cien metros a su ubicación actual. Su temor es que esto sea sólo soñar. Además de las quejas de los vecinos, varios activistas y políticos han denunciado ataques que creen debidos a su posición en contra de la gran mudanza. Galina Jovánskaya, del partido Rusia Justa y que votó en contra en la Duma, ha dicho en la emisora de radio Eco de Moscú que ha recibido amenazas. Gugguenber­guer ha dicho en Facebook que un grupo de cuatro desconocid­os la agredió el 19 de abril. Yulia Galiámina, diputada municipal del partido liberal Yábloko, ha denunciado que alguien le ha rajado las ruedas de su coche. “Creo que ha sido por un mitin en contra del derribo de edificios”.

Del nuevo programa de mudanza y demolición de Moscú se comenzó a hablar tras una entrevista entre el alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, y el presidente de Rusia, Vladímir Putin, el pasado 21 de febrero. El jefe del Kremlin dio el visto bueno. “Hagámoslo, pero esperemos que este trabajo vaya en beneficio de la gente, que mejores sus vidas”, dijo Putin, quien también ha advertido de que se deben respetar los derechos de los ciudadanos y que la mudanza debe ser voluntaria.

Mientras los movimiento­s vecinales preparan manifestac­iones contra la demolición de sus casas, los diputados tienen que perfilar la ley, sobre todo tras el rechazo inicial de los planes de Sobianin. El diputado Piotr Tolstói señaló que para la segunda lectura se deben tener en cuenta los derechos de los propietari­os de pisos que no viven en ellos, el procedimie­nto para valorar los inmuebles y la opinión de los ciudadanos. Su compañero de partido Alexánder Sidiakin señaló que “sin la opinión de los ciudadanos no se puede hacer la mudanza. Si la mayoría de los vecinos de un edificio está en contra de que se derribe, no se derribará”, ha prometido.

Demoler 8.000 edificios de viviendas soviéticas supone trasladar 1,6 millones de personas

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ANDREI MAKHONIN / GETTY Adiós a una época. Moscú quiere sustituir 8.000 viviendas llamadas jruschovka­s, construida­s en la época del líder soviético Nikita Jruschov
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El gobierno local planea derruir los edificios más viejos y construir nuevas viviendas, pero la población desconfía

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