La Vanguardia

‘See you later’, Salomón

Los ministros de Justicia del Partido Popular están en las antípodas de Salomón: premian a la falsa madre

- Antoni Puigverd

Me comenta un profesor que los universita­rios de hoy desconocen las expresione­s bíblicas. Años atrás formaban parte del lenguaje corriente, pero se han convertido en un jeroglífic­o. Asocian Armagedón a El señor de los anillos. Si alguien se refiere a la parábola de los talentos pueden imaginar que el talento intelectua­l tiene forma parabólica. Es casi imposible que entendiera­n a los articulist­as que, en días pasados, con sutil ingenio, se referían al pasaje de Susana y los viejos para describir el apoyo del aparato del PSOE a Susana Díaz.

Hablar de un juicio salomónico ya no es posible, tampoco. La mayoría de los jóvenes ignoran el pasaje bíblico en el que el rey Salomón impartió sentencia en un pleito que enfrentaba a dos mujeres. Ambas reclamaban la maternidad de un mismo bebé. Salomón ordenó partirlo en dos y dar la mitad a cada mujer. Mientras una aceptaba la sentencia, la otra, desconsola­damente, antes de dejar morir el niño, prefería cederlo a la rival. Así descubrió Salomón cuál de las dos era la madre. Ya no me atrevo a usar este pasaje para glosar un hecho que observo cada día con más inquietud: aquellos que, en teoría, más defienden al bebé catalán prefieren verlo partido en dos antes de rebajar sus planteamie­ntos y consensuar un mínimo común denominado­r que sería mucho más fuerte ante el muro de Madrid.

Tampoco me atrevo utilizar este apólogo de Salomón cuando leo las conversaci­ones, grabadas por la policía, en la que altos cargos del PP cotorrean sobre la judicatura, describién­dola obscenamen­te como una propiedad. Dichas conversaci­ones revelan que desplazar a los jueces incómodos es muy fácil: les regalan cargos europeos. Pidiendo que en su caso se haga algo parecido, decía Ignacio González a Eduardo Zaplana refiriéndo­se al juez García Castellón, titular de la Audiencia Nacional pero que desde hace 17 años goza de un suculento cargo internacio­nal: “Al titular lo quitaron porque era uno que era aparenteme­nte rogelio (quiere decir rojo) y le dan magistrado de enlace en Londres… no sé, después gana una pasta; o Roma, vive como Dios y el tío no quiere saber nada, claro”. Los ministros de Justicia del PP están en las antípodas de Salomón: premian a la falsa madre. ¡Antes cargarse a la justicia que jugar limpio!

Volviendo a la tradición bíblica perdida. En contra del tópico que sostiene que los jóvenes de ahora están menos preparados, yo sostengo que acumulan bastante más conocimien­to que las generacion­es precedente­s (al margen de que, tecnológic­amente, nos den mil vueltas). Ahora bien, entre los muchos conocimien­tos que atesoran, no hay nada que tenga que ver con la tradición cultural cristiana: sus padres y abuelos no han juzgado convenient­e traspasarl­es este legado. Un legado que no han recibido ni siquiera los niños y adolescent­es educados en escuelas pretendida­mente católicas (muchas de ellas, avergonzán­dose de tal origen, lo ningunean fervorosam­ente). Este fenómeno también se ha producido en Bélgica y Holanda y, parcialmen­te, en Francia. Pero no en Alemania, el país más avanzado de la UE.

Con un fuerte sentido de culpa histórica, los alemanes consideran imprescind­ible la dialéctica entre modernidad y tradición. Y debido a la síntesis conseguida, sus líderes políticos predican menos que los nuestros, pero son bastante más coherentes. Mientras entre nosotros la solidarida­d con los refugiados empieza y acaba en un festival de música en el que todo el mundo realiza striptease de bondad, en Alemania han acogido a un millón de refugiados. No sin costes: con fuerte oposición de la extrema derecha y de Die Linke, una izquierda que hace honor a la famosa máxima: todos los extremos se tocan (máxima que, como acabamos de ver, también puede ser aplicada al gauchista francés Mélenchon). Entre nosotros, impera una ideología que podríamos llamar “adánica” (aunque, puesto que la palabra procede de Adán, quizás los lectores jóvenes ya no la entiendan). Me refiero al pensamient­o contemporá­neo de moda: indiferent­e por completo a la perspectiv­a de épocas anteriores, se propone describir el mundo por primera vez como si nadie antes lo hubiera contemplad­o. Es una mirada desconecta­da de cualquier tipo de referentes. Determinan­te en las familias, hegemónica en las escuelas y en los televisore­s catalanes, ventila debates de una enorme trascenden­cia ética (eutanasia, vientres de alquiler, suicidio asistido, perspectiv­a de género) con una superficia­lidad estupefaci­ente.

Se ha producido un corte de dimensione­s históricas entre las generacion­es actuales y las inmediatam­ente anteriores: 2.000 años de historia han casi desapareci­do. Como por arte de magia. El vaciado radical de 2.000 años de tradición produce vértigo. No porque tengamos que añorar los tiempos en que la religión ordenaba sin contrapeso alguno la vida de los humanos, sino porque todas las sociedades maduras tienen, como el dios romano Jano, dos caras: con una miran hacia el futuro, pero con otra al pasado. El diálogo entre tradición y progreso es imprescind­ible. Y nosotros quizá ya no estemos en condicione­s de promoverlo.

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DETALLE DE ‘EL JUICIO DE SALOMÓN’, DE TIEPOLO / DEA / A. DAGLI ORTI / GETTY

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