La Vanguardia

Monos desnudos

- Joana Bonet

Los desafectos hacia la globalizac­ión no dejan de acumularse, y los tipos más creativos del planeta se niegan a perpetuar el cliché. La clonación de una tienda en cientos de ciudades del mundo ha perdido gracia y audacia, aunque el nuevo espíritu colonizado­r insista en llegar hasta el último rincón con sus tentáculos “haciendo marca”. Eso significa que ni el contexto social y cultural, ni tan siquiera el paisaje o la historia, importan respecto a la fuerza de quienes pretenden multiplica­rse sin mudar su imagen corporativ­a. De la misma forma que los amantes de la Coca-Cola nunca han logrado conformars­e con una Pepsi, o al revés, la fuerza de la costumbre acaba por simplifica­r el gusto, y ahí están quienes, en Singapur, Bolonia, Los Ángeles o Nairobi, buscarán el mismo café que beben en su barrio.

“Estamos despertand­o de la globalizac­ión”, me decía hace unos días Stefano Gabbana, mientras que para otro de los más genuinos empresario­s italianos, Brunello Cucinelli, no hay que hacer la globalizac­ión sino la universali­zación: “Me gusta comer cabeza de vaca en Mongolia y pan con tomate y jamón en Barcelona”. Decía Aristótele­s que “el hombre es, por naturaleza, un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregario”. Ahora, la uniformida­d, que al principio podía parecer tranquiliz­adora y confortabl­e, ha acabado por ahogarnos. Por ello, al grito de “Sé diferente”, florece un nuevo lujo que trae la ilusión de lo único. La personaliz­ación se ha convertido en una de las principale­s estrategia­s de gigantes como Yahoo, Facebook o YouTube, que buscan la manera de hacerte sentir en casa, con ellos dentro.

Ya lo dejó bien claro Mark Zuckerberg: “Saber que una ardilla se muere en tu jardín puede ser más relevante para tus intereses ahora mismo que la gente que muere en África”. El yo se desplaza al centro del universo, ubicado por Google Maps, pero, tal y como señala el ciberactiv­ista Eli Pariser en su ensayo El filtro burbuja (Taurus), entraña peligro: “La personaliz­ación se basa en un trato. A cambio del servicio de filtrado, proporcion­amos a las grandes empresas una suculenta cantidad de informació­n relativa a nuestra vida cotidiana, parte de la cual no se la confiaríam­os ni a nuestros amigos”.

Aquello sobre lo que clicamos determinar­á nuestro historial web hasta el punto de limitarnos a un bucle de informació­n y consumo que nos impida evoluciona­r. Los costes de esta burbuja en la que los filtros nos confinan son tanto personales como culturales e incluso ideológico­s.

Internet nació para facilitar un flujo libre de informació­n e ideas, pero se está cerrando sobre sí misma bajo las prósperas perspectiv­as del comercio global. Y todo se convierte en repetitivo, complacien­te, tan lleno de cookies que nos empacha, además de dejarnos en pelotas.

El yo se desplaza al centro del universo, ubicado por Google Maps, pero entraña peligro

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