Refugiados y cristianos
Justo el lunes de Semana Santa y un día después de los últimos y sangrientos atentados contra dos iglesias coptas en Egipto, el concejal del Ayuntamiento de Barcelona Alberto Fernández Díaz pedía que la capital catalana diera prioridad a la acogida de refugiados cristianos que huyen de sus países. Su razonamiento surgía de una evidencia: “Ser cristiano añade un plus de vulnerabilidad y peligrosidad en países en guerra o donde atenta el integrismo islámico”. En el Sinaí, el Daesh mata y arroja de sus hogares a la población cristiana originaria, como lo hace en todos los territorios que controla, como lo practica Boko Haram en Nigeria. Precisamente sobre esta sangrienta persecución escribía Lluís Foix el 12 de abril en estas mismas páginas un documentado artículo. Señalaba, junto con más datos, que sólo en Irak vivían 1,4 millones de cristianos, y que hoy quedan menos de 20.000. ¿Cómo se le llama a esto diccionario en mano? ¿Genocidio? ¿O acaso cuando son cristianos los asesinados, perseguidos y expulsados, las palabras cobran otro sentido, como demuestra Ada Colau?
Porque la respuesta de la alcaldesa de Barcelona fue acusar a Alberto Fernández de ser “discriminatorio y vulnerar los derechos humanos” y lo emplazaba a que “reflexione y rectifique porque es muy grave”.
¿Cómo es posible reaccionar así si hace cuatro días que ella y su grupo aprobaron una propuesta de ERC para que los refugiados homosexuales tuvieran prioridad? ¿Por qué, y debería contestarlo Colau, si se sustituye homosexual por cristiano, no únicamente debe rechazarse sino que atenta contra los derechos humanos? Es brutal, arbitrario y sectario.
Ada Colau podía responder de diversas maneras. Una, ahondar en las razones de la petición, o decir que lo importante es trabajar para que no tengan de huir de sus países. Podía haber dicho que primero son los niños sin padres o los ancianos enfermos. Pero no. Su humanidad prioritaria empieza y termina con los homosexuales. Y no contenta con ello sostiene con impudor, silencios cómplices y aplausos vergonzosos (como los de Lucía Caram), que cuando se trata de cristianos reclamar la prioridad atenta contra los derechos humanos.
No sé si Ada Colau tiene un problema con los cristianos más allá de cuando la ayudan contra la pobreza, pero sí es evidente que Barcelona tiene un problema con el sectarismo de su alcaldesa.