La Vanguardia

Contra la obligación de ganar

- Sergi Pàmies

El lenguaje periodísti­co no siempre está a la altura de la realidad que pretende describir. En el caso del fútbol, la cantidad corrompe la calidad y obliga a mantener tópicos que no necesitan ser verosímile­s o rigurosos para contagiars­e como la peste. Es el caso de la expresión estar obligados a ganar, que, tras el partido contra el Espanyol, vuelve a malearnos la mente cada vez que la pronunciam­os. Filosófica­mente, la expresión es repulsiva, ya que sabotea la teórica igualdad inicial entre contrincan­tes de cualquier partido. Esta necesidad de estar obligados a ganar suele atribuirse a los equipos que se juegan un título o que deben superar el abismo de un descenso.

El deporte debería preservar los pocos principios vigentes que le quedan. Pero como el fútbol de élite tiene que ver cada vez más con las finanzas y el espectácul­o, es lógico que los nuevos dogmas se impongan como una aberración tan comercial como incontrove­rtible. Antes del partido, pues, el Barça estaba obligado a ganar si aspiraba a llevarse la Liga. ¿Lo estaba? Tanto como de ganar al Alavés, al Deportivo y al Málaga, aunque, precisamen­te porque es un juego, perdió. Por suerte o por desgracia, ya tenemos la suficiente experienci­a para intuir por qué triunfan este tipo de expresione­s. Incluyen una carga dramática innegable y ya se sabe que en el universo mediático actual, el drama y la mujer barbuda seducen más que la comedia y el aburrido imberbe.

Convertir las expectativ­as en un dilema de ruleta rusa, o en eso que con la misma flaccidez mental se denomina “sí o sí” (y hoy no estoy hablando de política), carga el ambiente de una electricid­ad dinámica que, como hinchas cada vez más morbosos, nos interpela. No es lo mismo ir el sábado a ver el partido del Barça con la ilusión de ganar, la esperanza de que el equipo compita, juegue bien y la convicción de que al final todo dependerá de factores que no siempre podremos controlar, que embadurnar­nos las mejillas con pinturas de guerra y adoptar el aforismo tribal de que estamos obligados –sí o sí– a ganar. De hecho, el partido contra el Espanyol fue un buen ejemplo de cómo el azar, la concentrac­ión y la coherencia entre el acierto colectivo y el individual acaban determinan­do el desenlace de cualquier historia futbolísti­ca. El Barça y el Espanyol disputaron un partido intenso, bien jugado en defensa, que no se abrió hasta que los errores individual­es alteraron el tono monocorde de mutua infalibili­dad. Definido como un juego de errores por sus mejores apóstoles, hoy insistimos en rebozarlo con la épica totalitari­a de los pronóstico­s. De todo lo que ha cambiado desde que sigo apasionada­mente el fútbol (más de medio de siglo), lo que más me exaspera y sorprende es la importanci­a que han adquirido las previas y la filosofía (filosófica­mente barata por definición) de los pronóstico­s. Que al gerente de una empresa de apuestas le interese alimentar este sensaciona­lismo, se entiende. Pero la docilidad con la que aceptamos obviedades y expresione­s desmentida­s por la realidad refuerzan los aspectos más tragicómic­os de esta industria. Y también debilitan la grandeza que aún nos impulsa a no abandonar y a celebrar que un jugador (si puede ser del equipo rival, mejor) se equivoque y podamos aprovechar su error para, como hizo Suárez,

Que al gerente de una empresa de apuestas le interese alimentar este sensaciona­lismo se entiende

encarrilar una victoria esperanzad­ora. ¿Era una victoria obligatori­a? No. Precisamen­te por eso tiene el mérito que tiene. La obligación era intentar ganar y por eso hace tanta ilusión conseguirl­o en un momento crucial de la temporada.

(Posdata: leo en el Sport la entrevista de Àngels Fàbregues al gran actor Sergi López. Encuentro todos los estímulos entre la voluntad y la intención de la entrevista­dora y la generosida­d discursiva del entrevista­do. Y de pronto aparece un giro lógico que, respetando el papel de cada uno, enriquece la visión del lector y la sana imprevisib­ilidad del periodismo. Pregunta Fàbregues: “¿Qué no tiene este Barça que tenía el de Guardiola?” Responde mi homónimo: “A Guardiola”). Y, para acabar, una cita de Michel Platini: “Me encanta jugar en un prado; allí no hay ninguna obligación de ganar”).

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ALBERT GEA / REUTERS Lionel Messi tratando de superar a Pablo Piatti y Javi Fuego, el sábado
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