Poderes preventivos
Cada vez más personas designan un tutor de su patrimonio por si enferman.
Marcados por la desaparición de la niña inglesa Madeleine Maddie McCann hace diez años, los habitantes de la localidad costera de Praia da Luz, en el sureño Algarve portugués, tratan de quitarse de encima el estigma de este misterio que se convirtió en global.
“Todo el mundo ha tenido suficiente de esta historia. Nos gustaría que se olvidase todo. La imagen de este hermoso lugar se ha visto empañada por este asunto, lo que es totalmente injusto”, se lamenta Ron Clark, un ex soldado británico de 68 años. “Praia da Luz no se merece esto, ya hay bastantes noticias falsas”, replica el escritor londinense David S. Jones, de 72 años, que vive en el lugar desde hace 45 años.
Ambos se sientan en un patio a la sombra del supermercado Baptista, donde muchos de sus compatriotas acuden para leer tabloides como The Daily Mirror o tomar el té. El asunto calienta los ánimos y hace salir a los exiliados británicos de su flema habitual.
PRAIA DA LUZ (PORTUGAL) Entre los habitantes, dos tercios de ellos británicos, hay pocos partidarios de los padres de la niña
A 200 metros de allí, las persianas del apartamento 5A del complejo hotelero Ocean Club están bajadas. En una de sus habitaciones fue donde desapareció Madeleine Maddie McCann el 3 de mayo del 2007. La niña, que entonces tenía cuatro años, se quedó allí mientras sus padres cenaban con una pareja de amigos en un restaurante cercano.
¿Secuestro, muerte accidental u homicidio? Un decenio y cientos de interrogatorios y búsquedas más tarde, el caso de Maddie sigue siendo un misterio para las policías portuguesa y británica.
Los padres de la niña, Kate y Gerry, que llegaron a ser acusados por las autoridades portuguesas y luego exculpados, siempre han manifestado su creencia de que su hija fue secuestrada y puede estar viva. Este décimo aniversario “es un marcador de tiempo aterrador, de tiempo robado”, escribió en Facebook la madre, Kate McCann.
“No la hemos olvidado. Todos los domingos rezamos por Maddie, así como por todos los niños desaparecidos”, señala otro británico, John Payne, de 76 años, miembro de la parroquia anglicana. El único rastro visible por todas partes es la inscripción “Stop al circo McCann” en las señales de tráfico, que refleja el hartazgo de las personas que han visto sus vidas alteradas por el caso.
La gente que respalda a los McCann es escasa en este antiguo pueblo de pescadores del Algarve que se convirtió en un pequeño paraíso para los británicos, que representan hoy dos tercios de sus 3.500 habitantes. Lo que explica ese rechazo es que un incidente tan publicitado ahuyentó a los turistas del pueblo, en especial aquellos con niños pequeños, durante los primeros años después de la desaparición. “El sector hotelero sufrió durante tres o cuatro años. El Ocean Club perdió muchos clientes y otros hoteles también”, se lamenta Nuno Luz, el vicealcalde. El Ocean Club despidió a una parte de su personal. De los 400 empleados de la época, sólo quedan unos 20.
“Es un lugar seguro, al que vuelvo regularmente con mis tres hijos”, explica con una sonrisa Jo White, británica de 38 años. Algunos turistas también acuden para descubrir los lugares de la desaparición de Maddie. Un sexagenario británico residente, apasionado por el caso, y que prefiere silenciar su nombre, organiza visitas guiadas gratuitas a esos sitios. Pero advierte que “no son tours para turistas, sino para los expertos del caso Maddie”.