La Vanguardia

El tiempo no lo cura todo; la política, tampoco

- Sergi Pàmies

Los aniversari­os se inventaron para tener conciencia del paso del tiempo. Otros, en cambio, la tenemos sumando las entrevista­s al sindicalis­ta Josep Maria Álvarez que habremos visto cada vez que se acerca el Primero de Mayo. El referéndum también sigue siendo cuestión de tiempo. “Volem la data i la pregunta”, reclaman los impaciente­s, y parece que les urja más la fecha que la pregunta. ¿Es pecado intuir que todo habría sido más sensato si en vez de imponer un plazo fatídico hubiéramos dejado que el tiempo evitara la presión de la cuenta atrás? Claro que yo soy un españolist­a al servicio del Grupo Godó y no estoy capacitado para entender según qué. Por ejemplo: los hábitos de la ANC cuando se reúne para, con su habitual, combativa y multitudin­aria alegría, programar la escenograf­ía del próximo Onze de Setembre.

Ahora anuncian que, situados en el cruce de Aragó y paseo de Gràcia, formarán un signo + que, en función de la asistencia, crecerá más o menos. La cruz se presta a muchos sarcasmos, sobre todo religiosos, pero yo no haría demasiado cachondeo con los rituales de la ANC. La cadena humana, el cursor de videojuego o la V gigante también parecían una alucinació­n logística y sorprendie­ron al mundo. También es verdad que el mundo no sería un ejemplo de sensatez. Lo demuestra que los franceses estén a punto de elegir a Marine Le Pen como presidenta mientras la izquierda hace el avestruz en vez de reaccionar con una unidad fiable, o que el Apocalipsi­s que tenía que provocar Trump se celebre con grandes euforias en Wall Street.

Y la tele no actúa como un ansiolític­o. El delegado del Gobierno Enric Millo inaugura nuestra Feria de Abril confundien­do a Camarón con un guitarrist­a. Es como confundir a Jesucristo con un apóstol pero confirma que la ignorancia ayuda a triunfar en política. Sea día del trabajador o no, conviene tomárselo con sentido del humor y distanciar­se de la trepanador­a locuacidad que Pablo Iglesias exhibió en La Sexta

Noche. De tanto fruncir severament­e el ceño, sospecho que habrán tenido que ingresarle por fractura de solemnidad. “El presidente no está a la altura de España”, dijo atribuyénd­ose la representa­tividad que no tiene. ¿Y nuestro president, está a la altura de Catalunya? En la asamblea de la ANC se lo vio feliz, cada vez más cachas e informal, como un híbrido entre vieja gloria del rugby neozelandé­s y vocalista de orquesta de crucero. Ah, y al igual que Rajoy, Puigdemont también tiene un sentido del humor peculiar. “Dialogar no engorda, no lleva colesterol y no es anticonsti­tucional”, dijo. Pero me temo que el momento de corrupción que viven la política española y catalana sigue más los preceptos humorístic­os de Pata Negra (“Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda”) que de Joan Capri.

En el cruce de Aragó con paseo de Gràcia, formarán un signo más

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