La Vanguardia

Un mayo histórico

- Miquel Roca Junyent

Según se dice, este mes de mayo ha de ser decisivo. Muy a menudo sucede que, después, lo que tenía que hacer historia queda en nada; los cambios no siempre se prevén. Cuando parecía que se iba a producir un terremoto, resulta que finalmente todo pasa como si nada; pero también, muy a menudo, cuando nada lo anunciaba, se producen altibajos que hacen historia. De hecho, la propia historia nos ofrece muchos ejemplos en un sentido y en otro. En conclusión, este mes de mayo puede ser decisivo o no; marcará el futuro o no, ya se verá.

Los analistas quieren marcar un ritmo, pero la sociedad –soberana– marca su propio ritmo. La trascenden­cia o importanci­a de los hechos los decide la gente; los medios anuncian, pero se olvidan de lo que han anunciado tan pronto como la gente define un escenario diferente. Y el mundo político, siempre a remolque, se inclina por aquello que la gente prioriza. Al final –y segurament­e por fortuna– las consignas hacen falta en el tejido social en la medida en que coinciden con las conviccion­es más íntimas y sinceras de la gente. La manipulaci­ón tiene un límite. Y cuando se olvida este principio, es la propia gente la que se encarga de recordarlo.

El mes de mayo puede ser histórico; pero quizás no en la línea de las previsione­s, sino en otras que no conforman los titulares de los medios de comunicaci­ón. En Francia, por ejemplo, la victoria de Marine Le Pen en las elecciones presidenci­ales sería histórica; pero también lo puede ser la victoria de Emmanuel Macron. La historia tiene caminos diferentes y no por seguir uno u otro se deja de hacer historia. O en España, la crisis institucio­nal simbolizad­a por la moción de censura anunciada por Podemos tiene salidas bien diferentes según lo que pase. Pero podría ser que lo que se prevé como conflicto de graves consecuenc­ias tuviera un final bien diferente del que Podemos pretende.

Todo es posible. La partida está muy abierta y la gente, al final, será la que decida. No sólo votando, sino también con su comportami­ento, con su actitud, con la manera de hacer y de vivir. El dramatismo con que a veces se quiere leer la situación política y social no se correspond­e con la manera como la vive la gente. Muy a menudo, la insatisfac­ción no conduce forzosamen­te a la indignació­n; también la indiferenc­ia es una respuesta. Los cambios reales dificultan la previsión de qué pasará; todo es más difícil de analizar y las prediccion­es tienen mucho riesgo de equivocars­e.

Y entonces, lo que pasa es que todo acentúa la distancia entre el mundo de los analistas y comentaris­tas políticos y el mundo de la gente. Se dice que hay mucha distancia entre política y sociedad, queriendo olvidar que cuando se habla de política no se hace mención sólo de los políticos, sino también de los medios, de los comentaris­tas, de las institucio­nes, de las entidades. Esta es la distancia peligrosa, la difícil de superar. Hay una distancia que se solucionar­á votando; la otra, la que separa a la gente del mundo de los protagonis­tas de todo tipo, es la preocupant­e, la difícil, la que sería grave que se consolidar­a.

Todo está abierto y todo está por definir; quien crea saber lo que la gente quiere tendría que empezar por reconocer que, en este momento, no lo sabe a ciencia cierta. Y los intérprete­s de la voluntad popular dan mucho miedo; hoy y siempre. Ojalá sea la gente la que defina cómo tiene que ser este mes de mayo.

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