Entre dos excesos
El señor Rajoy no quiere que la corrupción interfiera la estabilidad ni la economía. Es decir, que la corrupción estropee su gobernación u oculte los progresos económicos. El señor Iglesias, que estos días ejerce como líder de la oposición hasta que los socialistas regresen de su exilio, quiere justamente lo contrario: que los progresos económicos no sirvan para ocultar la corrupción y que la corrupción derribe al señor Rajoy, aunque eso suponga la ruptura de la estabilidad política. Desconexión de Catalunya al margen, entre esos dos extremos oscila el debate político actual.
Las consecuencias inmediatas son dos. Una, que el señor Rajoy y su equipo tratan de disminuir al mínimo la importancia de los escándalos que hay en su partido, porque son casos individuales y el PP es una fuerza política limpia, según definición de Martínez Maíllo. La segunda, que el señor Iglesias agiganta los episodios de corrupción hasta el punto de sugerir que el Partido Popular sea ilegalizado por ser –así lo dijo en La Sexta Noche– una organización criminal. Parece razonable pensar que, si Podemos ganase la moción de censura o las próximas elecciones generales, promovería la ilegalización del PP, como si fuese Batasuna y con la misma ley que sirvió para echar a Batasuna de la legalidad. ¿Se lo imaginan?
Lo pernicioso de esta singular confrontación es que nos sitúa una vez más entre dos excesos. Es muy negativo disimular la importancia de la corrupción, porque presenta a quien lo hace como cómplice de los delitos, porque produce la sensación de que no se persiguen y porque hace creíbles las denuncias de maniobras con los fiscales, las noticias de confusas actuaciones de los ministerios y las insidias de implicación de las instituciones. Y es muy nocivo para el sistema, su prestigio y, por tanto, el respeto social el discurso demagógico según el cual todo el poder político está corrompido. Se empieza por exigir el relevo de sus administradores y se puede terminar reclamando desmontar el sistema mismo. ¿No habría forma de alcanzar un punto de equilibrio entre los dos extremos? Es fácil: basta que ambos hagan el pequeñísimo esfuerzo de atenerse a la realidad.