‘Bullying’: responsabilidades institucionales
El impacto del conocimiento de la realidad que se vive en los centros en relación con el bullying y las recomendaciones basadas en la investigación es casi inexistente. Los documentos oficiales existentes sirven de muy poco para la prevención, y todavía menos para la restauración del dolor y la injusticia sufridas.
Vivimos en la ficción de que las escuelas catalanas son entornos democráticos y que el mal clima del centro o las condiciones que favorecen el bullying son causados por el alumnado. La ausencia de los agentes clave para prevenir, intervenir y darse cuenta ni siquiera está mencionada, aspecto especialmente grave cuando además pueden actuar involuntariamente de by-standers, según confirma la investigación: ni se habla del profesorado. Muchos buenos profesionales de la educación observan cada día cómo otros muchos no están a la altura de la responsabilidad que la sociedad deposita en ellos. Hay terror a llamar a las cosas por su nombre y en cambio es clave identificar las conductas incompatibles con los valores que predicamos. Si bien el bullying puede ser inespecífico, es obvio que no actuar contra el machismo, el racismo y la homofobia difícilmente contribuirá a crear respeto, empatía y cooperación activas entre iguales y dentro de la comunidad escolar. El alumnado de la mayoría de centros no oye a hablar de nada de todo eso en clase en toda la escolaridad.
Algunos ejemplos de estas ausencias son obvios: el protocolo de mediación vigente, desarrollado en el Decret de Drets i Deures de l’Alumnat, dice explícitamente que no se contemplarán temas de violencia de género o racismo, entre otras cosas inexplicables; el largo y detallado documento contra la radicalización y la islamofobia elaborado por la Generalitat y aplicado desde julio 2016 sólo incluye una página contra “racismo” o “islamofobia” si el estudiante “tiene la percepción” de que eso le pasa: ni se plantea una evaluación de centro, ni de materiales, ni de lenguaje ni de intervenciones proactivas.
Una de las misiones de las escuelas está ausente: velar por el bienestar emocional del alumnado, por encima de todo, dando herramientas al profesorado. Vivimos en tiempos declarativos, hablamos de valores como respeto y confianza, responsabilidad y cooperación, igualdad y democracia. Pero sin la formulación de esta misión y la toma de conciencia de que hay que ejecutarla seriamente, aparte de velar por los aprendizajes académicos, es muy difícil que haya actuaciones claras, sistemáticas y evaluadas en los centros, como: un plan de evaluación del bienestar emocional de cada alumno/a como parte de la tutoría compartida por todo el profesorado, acciones de apoyo y seguimiento individual, análisis periódico de los grupos naturales y de las dinámicas entre individuos y grupos... Todo lo que la investigación nos dice que funciona y que es responsabilidad de la administración educativa, que no puede alegar desconocimiento.
El objetivo tiene que ser velar por el bienestar emocional del alumno