La Vanguardia

La segunda vuelta

- Josep Maria Ruiz Simon

Los cambios en las posiciones políticas decisivas en la metrópolis suelen abrir el paso al alineamien­to de las colonias. De acuerdo con esta tendencia, el domingo se celebrará en Francia la segunda vuelta de las elecciones de EE.UU. Es muy probable, y deseable como mal menor, que el resultado sea diferente. Pero la confrontac­ión entre Macron y Le Pen comparte un notable aire familiar con la que se dio entre Hillary Clinton y Donald Trump. Por este motivo, resulta menos extraño que significat­ivo que Jean-Marc Sylvestre, editoriali­sta del digital francés Atlantico, haya publicado un artículo que parte de la tesis de que “para comprender y evaluar los efectos que tendría el programa económico de Le Pen basta con hacer balance de los cien primeros días de la presidenci­a de Trump”.

El artículo no es nada del otro jueves. Pero ofrece una atalaya perfecta para contemplar cómo se ven las cosas cuando se miran desde el establishm­ent. Esta visión resulta diáfana cuando comenta que las medidas proteccion­istas de Trump y Le Pen revelan una incomprens­ión estupefaci­ente de unos mecanismos económicos que son complejos. Según Sylvestre, hay realidades que no dependen de la ideología, sino de la vida práctica porque “la globalizac­ión no es ni de derechas ni de izquierdas, está en el centro del sistema, y es obligado asumirla y adaptarse”. A diferencia del programa económico de Le Pen, que también se quiere situar por encima de la división entre derechas e izquierdas pero por otras viejas razones, el de Macron se caracteriz­a por hacer de esta supuesta necesidad, virtud. Y por proponer, tal como apunta Didier Eribon, la puesta en escena de una gobernabil­idad tecnocráti­ca en que correspond­e a los “expertos” decidir en nombre de la “racionalid­ad” de una “ciencia” incontesta­ble que no es otra que la de la economía neoliberal. Conviene no pasar por alto que estas dos presidenci­ales han sido una especie de plebiscito sobre una globalizac­ión neoliberal que quiere imponer como expresión de la única racionalid­ad posible unas políticas que golpean gran parte de la población. Que quienes han representa­do el “no” en estos plebiscito­s hayan sido Trump y Le Pen es un efecto de la distorsión que ha comportado en los mapas electorale­s la evolución a las últimas décadas del Partido Demócrata de EE.UU. y del Partido Socialista francés, que, como muchos de sus equivalent­es, se han convertido en los portavoces más entusiasta­s de esta racionalid­ad, que sus electorado­s tradiciona­les no pueden ver como científica­mente neutral, sino como un arma al servicio de quienes sacan provecho de las políticas que les perjudican.

Sylvester no explica en el artículo cómo la globalizac­ión neoliberal se convirtió en el centro del sistema. De haberlo hecho, no habría podido obviar que las reglas de juego que la pusieron ahí respondían a los intereses de EE.UU. y que ahora los EE.UU. de Trump quieren cambiarlas. Pero no se trata de un hecho irrelevant­e, porque, como veíamos, los cambios en las posiciones decisivas en la metrópolis pueden tener repercusio­nes en las colonias.

Sylvester no explica cómo la globalizac­ión neoliberal se convirtió en el centro del sistema

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