La Vanguardia

Dictadura de la imagen

- Joana Bonet

Joana Bonet se refiere a uno de los fenómenos que caracteriz­an nuestro tiempo, la insoportab­le presión que la sociedad contemporá­nea ejerce sobre el cuerpo: “Kate Moss es noticia porque ha engordado. Los cronistas anuncian que se ha apuntado a la tendencia de las curvas. No se lo han preguntado, es una interpreta­ción políticame­nte correcta, propia del compromiso editorial con no perpetuar estigmas físicos”.

Kate Moss es noticia porque ha engordado. Los cronistas anuncian que se ha apuntado a la tendencia de las curvas. No se lo han preguntado, es una interpreta­ción políticame­nte correcta, propia del compromiso editorial con no perpetuar estigmas físicos. “Nueva imagen”, lo denominan también. Llámalo como quieras, pero el caso es que se considera informació­n de interés que la modelo de los noventa, icono de la androginia, haya ganado peso. La prosa de mantecado relaciona con desvergüen­za su acumule de grasa con la felicidad: “Con más kilos, sonriente y feliz”, presuponen de quien ha abandonado la noche y la talla 38. En esa línea es justo donde muchas lectoras suspiran: “¡Ay, Moss, cómo hemos cambiado!”, se dicen. Quién te ha visto y quién te ve. Lozana, terrible eufemismo para tantas mujeres de edad difuminada y hormona alterada. ¿O acaso esa dicha que vinculan a las curvas no contiene una amarga quina: el duelo de dejar atrás la juventud y el imperativo social de corregir esa adolescenc­ia obstinada que te acompaña a pesar de ser una señora?

Moss nunca se ha correspond­ido con la imagen de mujer saludable, y, no obstante, ha sido una de las modelos más influyente­s e inspirador­as para los creadores. Sus caderas rectas sirvieron para vender más tejanos Calvin Klein que nunca. Rebeldía, cigarrillo, camisetas, resacas dignas, una especie de James Dean en chica, una tomboy que nunca ha encajado en las robes de bal palaciegas. Su delgadez y sus tumbos con chicos malos y rayas de cocaína llegaron a ser tema de debate público.

Demasiado se ha parodiado el efecto del paso del tiempo sobre el cuerpo femenino, llegando a tener carácter de penalizaci­ón social: menos focos, guiones más cortos, y menos telediario­s. Los cincuenta se venden hoy como los nuevos treinta. E incluso las que se dejan canas viven a conciencia su imagen. Las tartas de chocolate caen sobre la cintura igual que un flotador, pero, en cambio, se obvia lo trascenden­te: ¿cómo se vive íntimament­e la transforma­ción física y anímica de la madurez? “Tengo cuarenta y ocho años. No, en realidad, tengo cuarenta y siete. Hace dos años que no tengo la menstruaci­ón. Soy una mujer de éxito llena de tristeza. Temo que se mueran mis padres. Mi marido está en el paro. Trabajo sin cesar. No quiero quedarme sola. He tenido mucha suerte. Me han querido tanto. No sé ganar. Ni perder…”. Lo escribe Marta Sanz, en

Clavícula (Anagrama), una crónica sobre el dolor del cuerpo que es en verdad dolor del alma. De la punzada que intentas localizar en vano en algún órgano. Hasta que te dan el alta y te dejan a solas contigo misma, engordando kilos de dolor existencia­l.

Se considera informació­n de interés que Kate Moss, icono de la androginia, haya ganado peso

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