Fractura en Venezuela
La oposición rechaza de plano la reforma constitucional del presidente
Tras la convocatoria de las dos grandes manifestaciones del Primero de Mayo enfrentadas en Caracas, separadas por barreras de policías antidisturbios, la posibilidad de diálogo entre el Gobierno y la oposición parece esfumarse.
Venezuela se va partiendo implacablemente en dos. Y tras la convocatoria de dos grandes manifestaciones del Primero de Mayo que desfilaron en sus respectivos barrios de Caracas, separadas por barreras de policías antidisturbios, la posibilidad de diálogo entre el Gobierno de Nicolás Maduro y la oposición parece esfumarse ya definitivamente.
Pese a los abundantes recursos de buen humor en el pueblo venezolano, la fractura, en medio de una profunda crisis económica –la inflación rebasa el 800% y el PIB cayó un 18% en el 2016–, está creando un grave peligro de enfrentamiento social. El ministro de Interior y Justicia, Néstor Reverol, prohibió llevar armas en todo el país durante 180 días como medida para garantizar la paz después de unas protestas que ya se han cobrado 29 muertos.
El presidente hizo una declaración que hasta pareció asombrar a los manifestantes progubernamentales, un mar de camisetas rojas que llenó el centro de la ciudad. “¡Voy a crear una nueva asamblea constituyente!”, anunció Maduro, 16 años después del mismo llamamiento a la refundación de la democracia por parte de Hugo Chávez. Según explicó la canciller Delcy Rodríguez, la propuesta de reforma constitucional consiste en invitar a los “trabajadores, indígenas, estudiantes, comunas, pensionados y otros sectores sociales” (las bases chavistas) a elegir una nueva asamblea con el fin de “defender la patria ante la violencia opositora”.
Paradójicamente, mientras que miles de manifestantes oficialistas lucían camisetas que rezaban “amamos a Chávez” y algunos portaban un enorme monigote hinchable del difunto presidente, eran los opositores los que acusaron a Maduro de violar la Constitución chavista de 1999 al arrinconar la Asamblea legislativa. La contradicción es fácil de entender. Los partidos de la oposición controlan la Asamblea desde las elecciones del 2015. El desencadenante de las protestas que vienen produciéndose en el último mes fue precisamente la disolución del Parlamento por el Tribunal Supremo, una decisión que fue rectificada parcialmente una semana después. Ahora Maduro –preocupado porque la Asamblea bloquea medidas cruciales para evitar la quiebra del Estado, como la venta de activos petroleros a unas empresas rusas– parece estar adoptando una nueva estrategia para sortear la legislatura.
Herman Escarra, el abogado constitucionalista próximo al Gobierno, aseguró que no se disolverá la Asamblea actual, sino que la nueva asamblea constituyente “coexistirá con el poder legislativo existente”. Sin embargo, la propuesta parece una huida hacia delante en un momento de colapso económico y de rechazo bastante generalizado a las políticas gubernamentales.
Para la oposición más radical, el anuncio de Maduro fue motivo de un llamamiento –trasmitido a través del oscuro medio digital Dólar
Today, que fija la cotización del dólar por bolívares en el mercado negro– a lanzarse a la calle contra “el golpe de Estado”. Una cacerolada resonó por los barrios de El Chacao y Sucre, territorio de la oposición, en la noche del lunes. Julio Borges, presidente de la Asamblea, instó al pueblo a “rebelarse”, pero salvo algunos incidentes aislados ayer no hubo una reacción importante en la calle. Algunos opositores cortaron calles y avenidas con bolsas de basuras, metal, bloques de cemento o ruedas de automóviles.
Pero la oposición puede ser el primer cómplice de la marcha acelerada hacia la próxima fase del socialismo bolivariano. Porque, en lugar de responder a los llamamientos de varios grupos internacionales, desde Unasur hasta el Papa, para participar en el diálogo nacional, insiste en la convocatoria de elecciones inmediatas sin esperar hasta el fin de la presidencia quinquenal de Maduro, elegido en abril del 2015. “No podemos esperar al 2018, llevamos 18 años aguantando esta mecha”, dice Lourdes Freitas, enfermera de 62 años. “Aquí no vale diálogo; ¡hay que ir a las elecciones presidenciales ya!”, coincide Ana Fernández, comerciante de Guatire.
Aunque la manifestación de la oposición era mayoritariamente de clase media, también se encontraba algo inconcebible en tiempos de Chávez: gente humilde agobiada por la hiperinflación que había bajado del enorme barrio popular de Petare, el más grande de América Latina, de unos 800.000 habitantes. “Tenemos que salir en la madrugada y hacer cola hasta el día a ver si alcanza la comida. Antes era 100% chavista y ahora no”, se lamenta Andrina Díaz, docente de 30 años residente de Petare. La delincuencia es otro motivo para movilizarse. “La inseguridad está bajando a la gente de los cerros, ya no se puede salir a rumbear debido a la delincuencia”, explica Patricia Martínez, enfermera.
La prueba del color de la tez, infalible en Brasil para diferenciar las manifestaciones de la derecha de las de la izquierda, ya no funciona en Venezuela. Había más afrovenezolanos en las marchas chavistas, pero no escaseaban en las de la oposición. Con la excepción de los jóvenes con pañuelos y cascos de ciclistas que se preparaban para las habituales batallas campales contra la policía militar, la oposición –ya en su enésima manifestación del mes– exhibía una resignación bíblica. Sus camisetas –quizás delatando la preocupación de sus líderes de que esta campaña de movilizaciones no aguante– rezaban: “El que se cansa pierde” y “el que persevera vence”.
Los manifestantes progubernamentales tenían un guión más optimista, repleto de homenajes a la revolución. Pero lejos de las cámaras de la televisión estatal, algunos reconocen la dureza de la crisis. “Yo soy revolucionario, pero tienes que saber que la situación está muy, muy mal”, concede Maycal Díez, músico afrobrasileño de una banda caribeña de tambores de acero. Había viajado doce horas en autobús desde Güiria, en la costa, para alegrar el Primero de Mayo chavista.
HUIDA HACIA DELANTE El Gobierno asegura que la nueva asamblea constituyente coexistirá con la actual
LA FRACTURA “Yo soy revolucionario, pero la situación está muy mal”, dice un partidario chavista