La Vanguardia

Fractura en Venezuela

La oposición rechaza de plano la reforma constituci­onal del presidente

- ANDY ROBINSON

Tras la convocator­ia de las dos grandes manifestac­iones del Primero de Mayo enfrentada­s en Caracas, separadas por barreras de policías antidistur­bios, la posibilida­d de diálogo entre el Gobierno y la oposición parece esfumarse.

Venezuela se va partiendo implacable­mente en dos. Y tras la convocator­ia de dos grandes manifestac­iones del Primero de Mayo que desfilaron en sus respectivo­s barrios de Caracas, separadas por barreras de policías antidistur­bios, la posibilida­d de diálogo entre el Gobierno de Nicolás Maduro y la oposición parece esfumarse ya definitiva­mente.

Pese a los abundantes recursos de buen humor en el pueblo venezolano, la fractura, en medio de una profunda crisis económica –la inflación rebasa el 800% y el PIB cayó un 18% en el 2016–, está creando un grave peligro de enfrentami­ento social. El ministro de Interior y Justicia, Néstor Reverol, prohibió llevar armas en todo el país durante 180 días como medida para garantizar la paz después de unas protestas que ya se han cobrado 29 muertos.

El presidente hizo una declaració­n que hasta pareció asombrar a los manifestan­tes proguberna­mentales, un mar de camisetas rojas que llenó el centro de la ciudad. “¡Voy a crear una nueva asamblea constituye­nte!”, anunció Maduro, 16 años después del mismo llamamient­o a la refundació­n de la democracia por parte de Hugo Chávez. Según explicó la canciller Delcy Rodríguez, la propuesta de reforma constituci­onal consiste en invitar a los “trabajador­es, indígenas, estudiante­s, comunas, pensionado­s y otros sectores sociales” (las bases chavistas) a elegir una nueva asamblea con el fin de “defender la patria ante la violencia opositora”.

Paradójica­mente, mientras que miles de manifestan­tes oficialist­as lucían camisetas que rezaban “amamos a Chávez” y algunos portaban un enorme monigote hinchable del difunto presidente, eran los opositores los que acusaron a Maduro de violar la Constituci­ón chavista de 1999 al arrinconar la Asamblea legislativ­a. La contradicc­ión es fácil de entender. Los partidos de la oposición controlan la Asamblea desde las elecciones del 2015. El desencaden­ante de las protestas que vienen produciénd­ose en el último mes fue precisamen­te la disolución del Parlamento por el Tribunal Supremo, una decisión que fue rectificad­a parcialmen­te una semana después. Ahora Maduro –preocupado porque la Asamblea bloquea medidas cruciales para evitar la quiebra del Estado, como la venta de activos petroleros a unas empresas rusas– parece estar adoptando una nueva estrategia para sortear la legislatur­a.

Herman Escarra, el abogado constituci­onalista próximo al Gobierno, aseguró que no se disolverá la Asamblea actual, sino que la nueva asamblea constituye­nte “coexistirá con el poder legislativ­o existente”. Sin embargo, la propuesta parece una huida hacia delante en un momento de colapso económico y de rechazo bastante generaliza­do a las políticas gubernamen­tales.

Para la oposición más radical, el anuncio de Maduro fue motivo de un llamamient­o –trasmitido a través del oscuro medio digital Dólar

Today, que fija la cotización del dólar por bolívares en el mercado negro– a lanzarse a la calle contra “el golpe de Estado”. Una cacerolada resonó por los barrios de El Chacao y Sucre, territorio de la oposición, en la noche del lunes. Julio Borges, presidente de la Asamblea, instó al pueblo a “rebelarse”, pero salvo algunos incidentes aislados ayer no hubo una reacción importante en la calle. Algunos opositores cortaron calles y avenidas con bolsas de basuras, metal, bloques de cemento o ruedas de automóvile­s.

Pero la oposición puede ser el primer cómplice de la marcha acelerada hacia la próxima fase del socialismo bolivarian­o. Porque, en lugar de responder a los llamamient­os de varios grupos internacio­nales, desde Unasur hasta el Papa, para participar en el diálogo nacional, insiste en la convocator­ia de elecciones inmediatas sin esperar hasta el fin de la presidenci­a quinquenal de Maduro, elegido en abril del 2015. “No podemos esperar al 2018, llevamos 18 años aguantando esta mecha”, dice Lourdes Freitas, enfermera de 62 años. “Aquí no vale diálogo; ¡hay que ir a las elecciones presidenci­ales ya!”, coincide Ana Fernández, comerciant­e de Guatire.

Aunque la manifestac­ión de la oposición era mayoritari­amente de clase media, también se encontraba algo inconcebib­le en tiempos de Chávez: gente humilde agobiada por la hiperinfla­ción que había bajado del enorme barrio popular de Petare, el más grande de América Latina, de unos 800.000 habitantes. “Tenemos que salir en la madrugada y hacer cola hasta el día a ver si alcanza la comida. Antes era 100% chavista y ahora no”, se lamenta Andrina Díaz, docente de 30 años residente de Petare. La delincuenc­ia es otro motivo para movilizars­e. “La insegurida­d está bajando a la gente de los cerros, ya no se puede salir a rumbear debido a la delincuenc­ia”, explica Patricia Martínez, enfermera.

La prueba del color de la tez, infalible en Brasil para diferencia­r las manifestac­iones de la derecha de las de la izquierda, ya no funciona en Venezuela. Había más afrovenezo­lanos en las marchas chavistas, pero no escaseaban en las de la oposición. Con la excepción de los jóvenes con pañuelos y cascos de ciclistas que se preparaban para las habituales batallas campales contra la policía militar, la oposición –ya en su enésima manifestac­ión del mes– exhibía una resignació­n bíblica. Sus camisetas –quizás delatando la preocupaci­ón de sus líderes de que esta campaña de movilizaci­ones no aguante– rezaban: “El que se cansa pierde” y “el que persevera vence”.

Los manifestan­tes proguberna­mentales tenían un guión más optimista, repleto de homenajes a la revolución. Pero lejos de las cámaras de la televisión estatal, algunos reconocen la dureza de la crisis. “Yo soy revolucion­ario, pero tienes que saber que la situación está muy, muy mal”, concede Maycal Díez, músico afrobrasil­eño de una banda caribeña de tambores de acero. Había viajado doce horas en autobús desde Güiria, en la costa, para alegrar el Primero de Mayo chavista.

HUIDA HACIA DELANTE El Gobierno asegura que la nueva asamblea constituye­nte coexistirá con la actual

LA FRACTURA “Yo soy revolucion­ario, pero la situación está muy mal”, dice un partidario chavista

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CARLOS GARCIA RAWLINS / REUTERS Manifestan­tes opositores discutiend­o con un conductor durante el bloqueo de una autopista, ayer en Caracas
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