La Vanguardia

El negocio y las tasas

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El impuesto a las bebidas azucaradas que aplica desde este mes la Generalita­t de Catalunya; y el acuerdo alcanzado entre el Ayuntamien­to de San Francisco y Airbnb.

LA plataforma de alquiler de pisos turísticos Airbnb ha alcanzado un pacto con el Ayuntamien­to de San Francisco que pone fin al contencios­o y orienta la actividad de la compañía. Se trata de un acuerdo especialme­nte significat­ivo porque Airbnb fue creada –y tiene su sede central– en la dinámica ciudad california­na y porque encauza su actividad de forma satisfacto­ria para ambas partes.

Como sucede con otras plataforma­s estadounid­enses llamadas a revolucion­ar el sector de los servicios de todo el mundo, Airbnb ha llegado para quedarse y es utópico creer que un servicio digital que tiene oferta y demanda pueda ser erradicado. El pulso entre la compañía y el Ayuntamien­to de San Francisco ilustra el problema, es similar al que sostienen Airbnb y el Consistori­o de Barcelona y ha sido resuelto de una manera exportable: el portal facilitará al Ayuntamien­to de la ciudad california­na todos los meses una lista de sus apartament­os, a fin de que el Ayuntamien­to pueda verificar si se ajustan a los requisitos legales. Airbnb se compromete a retirar de sus páginas aquellos pisos que el Ayuntamien­to de San Francisco considere que incumplen la normativa. Entre estos requisitos figura que un alquiler no supere las 30 noches seguidas, que un particular sólo pueda poner en alquiler una unidad y que viva en ella nueve meses al año como mínimo (no podrá alquilarla más de 90 noches anuales).

Antes de enzarzarse en un litigio interminab­le, las dos partes han demostrado flexibilid­ad y salen reforzadas con el pacto. El Ayuntamien­to de San Francisco, destino turístico por excelencia, pone límites a un crecimient­o que empezaba a desbordar determinad­os barrios y disparar sus precios, con el riesgo de alterar bruscament­e la composició­n social de una ciudad que en Estados Unidos es ejemplar, con apenas barrios vacíos o fuertement­e degradados. Este equilibrio es un valor que defender y esa defensa sólo puede ejercerla la Administra­ción pública. Para Airbnb, el pacto supone sacrificar beneficios a corto plazo para mantenerlo­s a largo y reforzar su mejor perfil. La compañía no puede permitirse el lujo de ser asociada a degradacio­nes.

No se pueden poner puertas al campo. El compromiso de San Francisco está lejos de alcanzarse en Barcelona, después del fracaso de las últimas negociacio­nes, en febrero. La vía legal sólo es útil en tanto que induzca a negociar. Barcelona necesita el turismo y muchos ciudadanos ven en Airbnb una forma de redondear ingresos, pero la compañía tiene que entender, como ha hecho en San Francisco, que no puede acelerar la pérdida de tejido social ni gozar de una libertad ilimitada.

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