La Vanguardia

El mal francés

- Antoni Puigverd

Marine Le Pen ya alcanza con la punta de los dedos la manija de la puerta del poder. Su victoria es cada día menos improbable. El frente republican­o se ha roto con la maniobra de Dupont-Aignan, un gaullista que, arruinado en la primera vuelta, ha buscado una salida personal: regala a Le Pen las dos joyas que ella más ambicionab­a: la normalizac­ión de la extrema derecha y la ruptura del frente republican­o.

Por otra parte, no son pocos los intelectua­les y políticos de izquierdas que, empezando por Mélenchon, le hacen el juego a Le Pen. Demonizand­o el liberalism­o de Macron y describien­do la globalizac­ión como causa de todos los males franceses, evitan tener que preguntars­e por qué Francia no ha podido seguir el ritmo de Alemania. ¿Por qué razón la economía francesa está tan enferma? Técnicamen­te, Francia está más cerca del comunismo que del capitalism­o globalizad­or: el 57% del PIB responde a la economía pública; el régimen impositivo para las grandes fortunas es altísimo; el precio del trabajo no es comparable a ningún país del entorno europeo, lo que, además de revelar el colosal poder de los sindicatos, explica la falta de competitiv­idad de las empresas. En Francia, ciertament­e, hay malestar, como en todo Occidente. Ha habido ganadores y perdedores de la globalizac­ión. Pero si existe un lugar en el que la retórica antiglobal­ización se canta con falsete, este es sin duda Francia: el proteccion­ismo económico es allí de tal magnitud que mantenerlo será imposible. Hace diez años que Francia pierde riqueza de una manera continuada a causa del déficit comercial y esto sólo tiene una solución: sacrificio. Pero en Francia nadie quiere oír hablar de sacrificio: es más fácil culpar a la globalizac­ión de todos los males en general (y al euro y a los inmigrante­s de los males particular­es).

En España, pasa lo contrario: se han hecho muchos sacrificio­s. Por tal razón nuestra economía crece tanto. Ahora bien: ha sido un sacrificio muy mal repartido, completame­nte injusto. En ambos países, sin embargo, impera la retórica. En el 2002, el lepenismo se combatió en Francia con retórica republican­a y forzando al máximo el sistema de representa­ción. La gente votó a Chirac con la nariz tapada para conjurar el peligro Le Pen. Después todo siguió igual. Ninguna reforma. Si el peligro Le Pen ahora regresa con tanta crudeza, es porque llega un momento en el que abusar de la retórica y del sistema de representa­ción es como hacerse trampas al solitario. Gane o no Le Pen, la extrema derecha sale reforzada: si no a la segunda, a la tercera será la vencida.

Traducido a clave española, este es ahora el riesgo de la España de Rajoy. El quietísimo presidente también abusa del sistema: impone sacrificio­s injustos y controla con mano de hierro territorio­s y judicatura. Ninguna reforma. Todo parece controlado, bajo la batuta de Rajoy. Hasta el día en que todo se hunda. La corrupción ayudará. Negándose a reformar a la manera de los altos funcionari­os franceses, Rajoy y la brigada Aranzandi, abusando del aparato del Estado, están llevando la tensión social y territoria­l hasta el precipicio.

Si existe un lugar en el que la retórica antiglobal­ización se canta con falsete, es Francia

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