La Vanguardia

Teresa d’Arenys

- Jordi Llavina

Hay un título de la poeta Teresa d’Arenys –un título y la sustancia entera del libro, en realidad– que ejemplific­a muy bien su manera de concebir el género lírico: Esteles íntimes. Se trata de una obra que todavía no se había publicado nunca como tal hasta hace pocos meses, cuando Edicions Vitel·la recopiló lo mejor de dicha autora en un volumen imprescind­ible que, si el país estuviera preocupado por algo más que por el balón, debería haber derramado mares de tinta, líquida y virtual: Obra poètica (1973-2015). Yo no doy crédito a que tantas voces ínfimas logren un relativo eco en el panorama poético reciente y a que, por el contrario, una tan honda y rotunda como la de Teresa d’Arenys –un nombre que permanecer­á– pueda ser ignorada o, simplement­e, desconocid­a. ¡Este país no lo hicieron los dinamizado­res económicos ni los futbolista­s, sino los grandes poetas!

El libro que cité primero tiene una datación muy amplia: 1965-2015, cincuenta años. Y es que contiene el primer poema bendecido por la autora –escrito a los trece años, en recuerdo de una amiga fallecida– junto con algunas de sus piezas más recientes. Para Teresa d’Arenys, née Maria Teresa Bertran, la poesía es palabra contra la muerte: “Poseo mis muertos y dejo que se vayan”, dice el verso inicial de Para una amiga, uno de los réquiems de Rilke, traducidos por ella misma, que se incluyen también en este volumen. Palabra, en efecto, contra la muerte. Pero, a la par, experiment­ación constante: tiento en la oscuridad, capacidad visionaria, ahondamien­to en la realidad (“Y a ti, negro mar, te reconozco si se me antoja / pues naciste de mí, y yo de ti”). Y, siempre, persecució­n de la belleza. Todo ello conforma la poesía de la de Arenys, que es, aún, un trabajo consciente y riguroso, obsesivo, con el lenguaje, el propio de los poetas de verdad.

La autora ha cultivado, con gran maestría, el soneto. Es, quizá, la mayor sonetista catalana actual, junto con Gerard Vergés, desapareci­do tres años atrás. Su obra desafía el tiempo, y está muy por encima de modas y escuelas. Siempre goza de aquel punto de abstracció­n conceptual que la hace hermana de la de Riba y Foix más que de la de Carner. Una poesía del riesgo extremo: para nada un pasatiempo, sino razón de vida. Una obra que, como aquel “fuego que alumbro” de uno de sus poemas, “ilumina los escombros del mundo entero”.

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