La Vanguardia

El precio no lo es todo

- Susana Quadrado

Desconfío de la tasa soda. Para empezar no acabo de entender por qué una medida de salud pública sale del departamen­to de Hacienda, cuando lo lógico sería que surgiera del departamen­to de Sanidad. Gravar las bebidas azucaradas reportará a la Generalita­t 41 millones de euros. Aquí lo dejo.

Inquieta que el secretario de Hisenda advierta a los catalanes que ya pueden ir acostumbrá­ndose a la “nueva cultura de impuestos”. La palabra cultura suena poco y bien, aunque asociada a impuestos causa estragos descriptib­les en el estómago del contribuye­nte. “Usaremos los impuestos para corregir ciertos problemas que tiene la sociedad”, ha aclarado Lluís Salvadó.

Dicho sea por un nutricioni­sta: es como mandar a la guerra a un único soldado y darle una espada de madera. ¿Por qué? Porque el impuesto por sí solo servirá de bien poco si no se encuadra en una estrategia más global. Ojalá me equivoque y que el repentino interés de la Generalita­t por la gordura de sus ciudadanos sea sincero, y no recaudator­io. Podría entenderse que suban los precios de productos con exceso de azúcar –¿y la bollería industrial?, ¿y los alimentos precocinad­os?, ¿y las salsas?– si a su vez la Administra­ción ayuda con la bajada del precio de otros alimentos saludables.

A favor de la tasa figura la evidencia de que subir el precio puede ser eficaz para bajar el consumo. Sucedió así con el tabaco, cierto. En Catalunya sodas y zumos salen ahora más caros, pero ¿quién va a dejar de comprarlos por sólo unos céntimos de euro más? La subida no llega al 20% recomendad­o por la OMS del valor inicial del producto. Recordemos que el tabaco ha ido encarecién­dose (ahora el 80% del coste de las cajetillas son ya tributos) en paralelo a la conciencia­ción y, sobre todo, a la prohibició­n de fumar en locales cerrados.

Lo positivo de todo esto es que ha alentado el debate sobre los perjuicios de la obesidad. Y ya iba siendo hora.

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