El precio no lo es todo
Desconfío de la tasa soda. Para empezar no acabo de entender por qué una medida de salud pública sale del departamento de Hacienda, cuando lo lógico sería que surgiera del departamento de Sanidad. Gravar las bebidas azucaradas reportará a la Generalitat 41 millones de euros. Aquí lo dejo.
Inquieta que el secretario de Hisenda advierta a los catalanes que ya pueden ir acostumbrándose a la “nueva cultura de impuestos”. La palabra cultura suena poco y bien, aunque asociada a impuestos causa estragos descriptibles en el estómago del contribuyente. “Usaremos los impuestos para corregir ciertos problemas que tiene la sociedad”, ha aclarado Lluís Salvadó.
Dicho sea por un nutricionista: es como mandar a la guerra a un único soldado y darle una espada de madera. ¿Por qué? Porque el impuesto por sí solo servirá de bien poco si no se encuadra en una estrategia más global. Ojalá me equivoque y que el repentino interés de la Generalitat por la gordura de sus ciudadanos sea sincero, y no recaudatorio. Podría entenderse que suban los precios de productos con exceso de azúcar –¿y la bollería industrial?, ¿y los alimentos precocinados?, ¿y las salsas?– si a su vez la Administración ayuda con la bajada del precio de otros alimentos saludables.
A favor de la tasa figura la evidencia de que subir el precio puede ser eficaz para bajar el consumo. Sucedió así con el tabaco, cierto. En Catalunya sodas y zumos salen ahora más caros, pero ¿quién va a dejar de comprarlos por sólo unos céntimos de euro más? La subida no llega al 20% recomendado por la OMS del valor inicial del producto. Recordemos que el tabaco ha ido encareciéndose (ahora el 80% del coste de las cajetillas son ya tributos) en paralelo a la concienciación y, sobre todo, a la prohibición de fumar en locales cerrados.
Lo positivo de todo esto es que ha alentado el debate sobre los perjuicios de la obesidad. Y ya iba siendo hora.