Barcelona es fiel al Holandés
El público del Liceu acoge cálidamente la propuesta del cineasta Philipp Stölzl para este Wagner de juventud
Incondicional es la fidelidad que le reclama el Holandés errante a Senta, su enamorada, en la ópera de Richard Wagner. Pues sólo el amor absoluto de una mujer podrá redimirle y rescatarle del fatal destino de navegar sin rumbo, con su fantasmal nave. E igual de fiel demostró serle Barcelona anoche, en el estreno del montaje que realizó el cineasta Philipp Stözl para el Theater Basel y la Staatsoper Unter den Linden de Berlín, y que el Gran Teatre pone ahora en cartel.
Bondades e ideas no le faltan a esta producción que juega a poner toda la trama en la imaginación de Senta. Una Senta adulta, interpretada por la soprano Elena Popovskaya, se recuerda a sí misma en sus enfebrecidos años púberes, ávida de conocimiento y con esa capacidad de emociones simpatéticas, melancolía y adicción imaginativa que los médicos de la época –el siglo XIX– llamaban histeria femenina. Senta ha cultivado una compasión sin límites por el Holandés de la leyenda. Y eso hace más creíble la historia que Wagner pretendía contar.
Escénicamente es interesante el recurso del trampantojo, el efecto visual de los personajes imaginados saliendo literalmente de un cuadro. El bajo-barítono Albert Dohmen que días atrás se lamentaba porque no había encontrado la manera de cantarle a Senta sin mirarla, o de dirigirse gestualmente a la Senta niña, demostró anoche que lo había logrado. Y hay que decir que el hecho de que no se produzca contacto visual entre los protagonistas acentúa el carácter psicológico de la pieza y hace más creíble el deseo largamente alimentado por Senta, y también por el Holandés en la imaginación de ella. Acaso Wagner se lamentaría de no haber tenido la idea...
Ahora bien, digamos que también cuenta la calidad del lienzo escogido para aparecer y desaparecer de escena, dando así entrada a los personajes imaginados. Y en este sentido, la aspiración del escenógrafo –el propio Stölzl– es bastante rala. Lástima. Porque no faltan cuadros de naufragios sobrecogedores en la historia de la pintura del siglo XIX. Por otra parte, a algunos asistentes les supo a poco la solución pictoralista para el balanceo del navío... a base de mover un paisaje pintado por detrás. “Ah, océano arrogante”, canta el Holandés lanzándose en busca de la muerte. Pero arrogante no tanto, realmente.
En lo musical, la directora Oksana Lyniv dio tanta cancha a la orquesta al inicio que hizo dudar del posterior equilibrio entre voces e instrumentos. Pero tanto Attila Jun en el papel de Daland, el marinero noruego y padre de Senta, como el prometido de esta, el tenor Timothy Richards, demostraron de entrada que el balance sería adecuado. Dohmen, un veterano en el papel protagonista de este Wagner de juventud, no necesita abrir la boca para meterse en el papel. Mientras que Popovskaya tiró por momentos demasiado fuerte en lo vocal.
Con todo, el público mantuvo un aplauso final de siete minutos, con tenues bravos para ambos protagonistas. Habían transcurrido dos horas y cuarto del tirón, como quería Wagner. Las copas, luego.
Siete minutos de aplausos en total, con tenues bravos para Elena Popovskaya y Albert Dohmen