La imagen que devuelve el espejo

DESDE anteanoche, una larga lista de políticos se miran en el espejo intentando descubrir el rostro de Emmanuel Macron, pero el azogue de la política española (y catalana) aún no devuelve una imagen tan definida. El domingo, este diario publicaba una serie de fotografías de dirigentes españoles a los que les gustaría ser Macron, desde Albert Rivera, que es quien lo dice sin empacho, hasta Pedro Sánchez, que no lo expresa pero al que le gustaría dentro de dos semanas hacer saltar por los aires el aparato de su partido. Incluso a Santi Vila se le podría ver como un posible Macron catalán, escuchando el discurso desacomplejado del conseller en el último Dinar Cambra.

Macron representa muchas cosas. La primera, el coraje. Nadie daba ni un euro por él cuando abandonó el confort del Ministerio de Economía con François Hollande para buscar un nuevo espacio político, pero la perseverancia –en connivencia con el azar, porque pocos pensaban que François Fillon se quedaría por el camino por sus enredos familiares– le ha llevado a la presidencia de la República Francesa. También resulta un ejemplo de que en tiempos revueltos se puede hacer un discurso liberal-socialdemócrata y europeísta, que cautive a una parte muy importante del electorado, especialmente a los jóvenes. El voto de los indignados ha ido a parar a Marine Le Pen o a la abstención, más que al líder de ¡En Marcha! después de que Jean-Luc Mélenchon no consiguiera pasar el corte de la segunda vuelta y no pidiera el voto para el candidato centrista. Por último, Macron ha demostrado que con liderazgo personal y sin la renuncia a los valores emergentes se puede dejar en la cuneta a los partidos tradicionales.

Hoy Macron representa la esperanza. No lo tendrá fácil porque las elecciones generales serán la prueba del nueve de su empatía, pero es la evidencia de que se puede abanderar el cambio sin querer subvertirlo todo. La verdadera revolución siempre es la de la inteligencia.