Ngugi wa Thiong’o
ESCRITOR
El escritor keniano (79) vive un auténtico resurgir de sus obras, gracias al interés que ha mostrado por él la Academia Sueca. En los últimos dos años, nada menos que siete títulos suyos han sido traducidos al castellano o catalán.
El escritor keniano wa Thiong’o (Kamirithu, 1938) es el vivo ejemplo de todas sus teorías sobre los desequilibrios del poder mundial. Si unos señores mayores en Estocolmo no estuvieran pensando en concederle el premio Nobel de Literatura, o si no hubiera escrito una parte de su obra en inglés, o si no diera clases en la Universidad de California, es posible que nos hubiera pasado desapercibida una de las mayores obras literarias del siglo XX. decidió, a principios de los años 80, abandonar la lengua del imperio (británico), en la que había sido escolarizado y formado, para inaugurar la tradición novelística en gikuyu, su lengua materna. Desde entonces, se ha ido traduciendo aquí con cuentagotas, en los noventa gracias a editoriales como Txalaparta, y ahora la impresión es que está llegando toda su obra en tromba: las novelas Un grano de trigo, El diablo en la cruz, El brujo del cuervo (las tres en DeBolsillo) y No llores, pequeño (en Kailas), sus ensayos Descolonizar la mente y Desplazar el centro (ambos en Rayo Verde, el primero también en DeBolsillo) y sus memorias de infancia Sueños en tiempos de guerra (de nuevo Rayo Verde).
, invitado a Barcelona por el PEN Club, escribió Un grano de trigo en 1967. Es una novela coral que se desarrolla en los días previos a la independencia de Kenia. La trama está salpicada de violencias, tanto la de los ocupantes –que tienen pasatiempos como introducir botellas rotas en el recto de los resistentes– como la doméstica. “La violencia colonial –explica el autor, con su sonrisa luminosa– potencia las demás: la de profesores contra alumnos, la de padres contra hijos, la de maridos contra esposas”. Retrato global de una sociedad, la trama es sacudida por una traición shakesperiana porque “hubo africanos aliados del imperio colonialista, otros que lo combatieron y otros que no sabían dónde encajar. El escritor intenta captar todas estas tendencias y contradicciones reales. Hay personas que, en una situación, son héroes y, en otra distinta, actúan como villanos”.
Mucho más humor contiene El diablo en la cruz (1980) –escrito en papel higiénico durante su cautiverio– que puede leerse como una novela feminista, con una protagonista víctima de diversos acosos sexuales y empresariales. Fantástica parábola, en la que diversos personajes participan en la Fiesta del Diablo, especie de concurso donde se rivaliza en maldad. “Muchas cosas que imaginé entonces –explica– han acabado siendo realidad: hoy se vende sangre, miembros, articulaciones... Lo escribí como exageración, buscando cosas grotescas, la trata de blancas al por mayor, una empresa que vende el aire... y todo se cumple. Me da miedo leerme e irme dando cuenta”. En ese, y en otros de sus libros, vemos a personajes que se aplican cremas blanqueadoras. “¡Cada vez hay más! Es una industria multimillonaria, propiedad de multinacionales. Otro sector muy potente son los productos que alisan el cabello”.
tuvo prohibida su lengua materna durante años. “En el País Vasco, una familia me explicó que, bajo Franco, solo podían hablar euskera en unas determinadas franjas horarias. El patrón es el mismo: humillar a una persona, destruir su identidad”. En su caso, sigue usando el inglés en la no ficción, pero en las novelas “no tenía sentido, iba traduciendo mentalmente, ya que mis personajes no hablan inglés”.
Sus memorias de infancia están repletas de detalles conmovedores. Como cuando le pregunta a su madre por qué aceptó ser la tercera esposa del padre de , polígamo. “Ella me explicó los otros aspectos, me hizo ver que también había amor en su relación, que nadie la obligó a casarse, que le gustaba mi padre, que ella era la esposa más joven en una casa grande... Hasta el día en que se hartó y se fue”.
Otras escenas impactantes son, por ejemplo, los golpes que recibe
porque no llama effendi (señor) a los blancos. “Son rituales de humillación. Como cuando en Robinson Crusoe el náufrago le dice al negro ‘te llamarás Viernes porque yo te he descubierto un viernes, te bautizo y tú me llamarás Amo”. No se salva ni la danesa Isak Dinesen (la de Memorias de África): “La visión que nos lega su obra es horrible, transmite amor hacia los africanos, pero el mismo amor que sientes hacia tus perros o caballos. Hay gente que llora mucho cuando pierde a un animal, pero en ningún momento ven al caballo como una persona. La baronesa Blixen desarrolla el mismo proceso mental, de desposeer de la dignidad humana: los africanos me tienen enamorada, pero no son como nosotros”.
“Karen Blixen sentía por los africanos el mismo amor que se siente hacia un perro o un caballo”