La Vanguardia

La dualidad

- Pilar Rahola

El Perogrullo del vaso medio lleno y medio vacío tiene hoy mucho sentido. Es decir, es lógico sentirse exultante por los resultados de Macron, aunque no sea por la victoria de uno, sino por la derrota de la otra; pero, al mismo tiempo, también es lógico sentirse preocupado por esos mismos resultados, tanto por lo que significan en el presente como por su proyección en el futuro. Es decir, Francia nos ha dado un respiro y ello mueve al optimismo, pero los motivos para el pesimismo no son menores, porque ciertament­e, si el vaso está medio lleno, también está medio vacío.

Optimismo. El optimismo es de cajón, ya que cada día no se da un bofetón a la cara de la ultraderec­ha, y aunque Le Pen salga reforzada de estas elecciones, de momento Francia le ha dicho que no, lo cual aporta tranquilid­ad, oxígeno y empuje. Además, también aporta un tiempo imprescind­ible para cuajar ideas sensatas, reforzar el eje central de la política y arrinconar al populismo en sus extremos naturales. En paralelo, es una victoria de toda Europa, porque el reforzamie­nto del eje franco-alemán –especialme­nte después del Brexit– era imprescind­ible para el futuro de la UE. Los resultados, pues, son un dechado de motivos para el optimismo: han otorgado una victoria rotunda al próximo presidente, lo cual permite augurar una presidenci­a sólida; han demostrado que la “conjura republican­a” puede frenar al lepenismo; y frenándolo, han reforzado la idea de la Unión Europea, al tiempo que han enviado un poderoso mensaje contra el populismo de cualquier pelaje. Si añadimos que Macron respira novedad en estos tiempos de política caduca, y que llega al Elíseo ligero de equipaje –lo cual es un antídoto seguro para evitar cadáveres en el armario–, cabe imaginar el inicio de una nueva etapa para la République. Y ello sería muy importante, porque ya sabemos aquello de que, cuando Francia estornuda, todos tenemos la gripe.

Pesimismo. Si todo lo dicho es cierto, también lo es su inverso. De entrada, Le Pen ha perdido, pero no tanto. Tiene el resultado mejor de su historia, y ha normalizad­o el papel de la extrema derecha en la política francesa. Además, las elecciones han enviado un mensaje de descontent­o en forma de abstención histórica y votos en blanco, y han puesto sobre la mesa el papel antisistém­ico de la extrema izquierda, que suma otros millones de votos. Todo sumado implica que una porción enorme de Francia está cabreada, desconcert­ada y alejada de la centralida­d, y nada hace pensar que ello se reduzca en los próximos tiempos. Si añadimos que los dos extremos, Le Pen y Melenchon, pueden tener excelentes resultados en las legislativ­as de junio, el panorama se ensombrece. La cuestión es saber si Macron y los partidos centrales serán capaces de detectar las causas de esa Francia cabreada, y empezar a corregir los errores. Porque, no lo duden, Le Pen ha llegado para quedarse.

Una victoria que aporta tiempo para cuajar ideas sensatas y arrinconar al populismo en sus extremos

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