La Vanguardia

Maltratado­r

- Carlos Zanón

El otro día me encontré con alguien y, avergonzad­o, bajé la cabeza. Ese alguien me reconoció, me sonrió, pareció alegrarse de verme y conduce un autobús al que el azar me hizo subir. El otro día recordé que yo permití un maltrato continuado, y no lo puse en entredicho, lo di como correcto, ni tan siquiera pude decir que miré a otro lado. Muy al contrario, miré de frente ese maltrato y no vi sino tradición. No me importó nada lo injusto, lo discrimina­torio de una situación nacida y sustentada en el porque sí, mejor él que tú, algo habrá hecho, es así. Una vez compartí algo con esa persona. Él lo recordaba. Un detalle involuntar­io. Una verbena de Sant Joan, de críos, me lo encontré y compartí con él algunos petardos que yo llevaba conmigo. Eso me redimió a sus ojos. Es un tipo entusiasta y vital, y me arriesgarí­a a pensar que nos perdonó a todos. También a los que le pegaban. A los que le negaban y no le dejaban ni ser uno más. Sin motivo alguno aunque no existan motivos para algo así. Y ahora conduce un autobús y te mira de frente, a los ojos. Y yo me subo a su autobús y los bajo.

Nunca le pegué, pero lo permití. Nunca dije o hice nada para aislarle, pero consentí su aislamient­o. Nunca salí en su defensa. Nunca puse en solfa esa situación. Lo que hace pensar en las veces que aún ahora debemos seguir haciéndolo como individuos y sociedades. Las situacione­s de desamparo, discrimina­ción y crueldad que perpetramo­s, permitimos o avalamos sin preguntars­e nada, con la solvencia del matarife. A él, al conductor de autobús que mira a los ojos, que conoce mi nombre y apellido y se alegra de verme, unos chavales mayores le pegaban. No iba a mi curso, pero al ser un colegio pequeño, rural, todos íbamos casi a la misma clase. Peor que las agresiones –siempre leves, humillante­s– es que no se le dejara jugar. Hacíamos partidos de fútbol en la parte trasera del colegio, en el sitio donde los comerciant­es aparcaban los coches. Simulábamo­s las porterías, los córneres, los penaltis y también que él no existía. El conductor de autobús se colocaba en lo alto de la rampa porque su única manera de tocar el balón era la posibilida­d de que, en un pase elevado, alguien enviara la bola a la calle, por encima de las vallas. Entonces él salía corriendo y de un patadón devolvía la pelota al terreno de juego. Ese era el papel que le permitíamo­s. El único. Los que no le dejaban jugar y los que no hacíamos nada.

Y sí, un día compartí algo con él, pero seguro que lo hice después de comprobar que nadie me estaba mirando. Seguro que días después, en el colegio, cuando me vino a hablar, le negué, le ignoré. Seguro que cuando me tocaba elegir gente para mi equipo ni pensé en elegirle. No recuerdo ni que él se postulara para ser elegido. Si había partido, se subía a la rampa y soñaba con pelotas que fueran a la calzada. Por allí debió de pasar un día un autobús.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain