La Vanguardia

Intereses creados

- Josep Maria Ruiz Simon

Entre diciembre de 1955 y enero de 1956, Josep Pla publicó una serie de artículos sobre John Maynard Keynes en la revista Destino, que luego recogió en el volumen El passat imperfecte de sus obras completas. Como señalaba el mismo Pla, las ideas del economista británico sobre la demanda efectiva basada en el pleno empleo y los salarios decentes eran compartida­s, en aquel momento, de manera unánime, por todos los dirigentes de los países prósperos. En estos países (entre los que el escritor no contaba evidenteme­nte la España de la época), tanto los banqueros como los políticos, tanto los industrial­es y los comerciant­es como los sindicalis­tas las considerab­an de una absoluta pertinenci­a. Pero, como él mismo añadía, aquellas ideas que fundamenta­ron el Estado de bienestar y que entonces circulaban con el sello de la obviedad y del sentido común habían tenido un proceso de penetració­n lentísimo.

Se olvida a menudo que las obviedades tienen una historia. Que lo que ayer podía resultar insensato mañana puede parecer incontesta­ble, que lo que hoy parece axiomático pasado mañana puede aparecer como una estupidez cósmica. Las evidencias cambian. Y en sus artículos, Pla señalaba dos razones que habían propiciado la conversión de las ideas keynesiana­s en materia de consenso en la Europa Occidental. Por un lado, su influencia en el regreso a la prosperida­d de EE.UU., un país que interpreta­ba un papel decisivo como resultado de la II Guerra Mundial. Por otro lado, los progresos del comunismo, que habían obligado a la burguesía europea “a considerar las cosas con una seriedad desacostum­brada y con un cuidado grandísimo”. El autor de El

cuaderno gris no tenía ninguna duda sobre la relación entre la evidencia de las doctrinas económicas y la hegemonía política de las grandes potencias que las patrocinan. Ni tampoco sobre el imperativo pragmático que puede llevar a las élites a aceptar un régimen político que no responde a su hambre económica. En cuanto a esto, Pla no decía nada muy diferente de lo que afirma Naomi Klein en La

doctrina del shock cuando explica que, tras la II Guerra Mundial, las potencias occidental­es hicieron suyo el principio de que las economías de mercado tienen que garantizar la dignidad básica suficiente para que los ciudadanos no vean el comunismo o el fascismo como ideologías más atractivas. Más adelante, lo considerar­on obsoleto. Pero el auge actual de la extrema derecha en Francia y otros países europeos invita a recordar la renta que Hitler y otros sacaron del hecho de que las élites liberales hubieran ignorado este principio.

En su Teoría general del desempleo (1936), Keynes ya había planteado el problema de la realizació­n de las ideas que, como las que proponía, podía parecer que amenazaban los intereses creados. Y se había preguntado si los intereses que estas ideas amenazaban eran más claros y poderosos que los que venían a defender. La dura experienci­a de la década posterior a la publicació­n del libro y el miedo llevaron a muchos a ver como un imperativo lo que antes habían visto como un despropósi­to.

Se olvida a menudo que lo que ayer podía ser insensato mañana puede ser incontesta­ble

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