Despedida en el West Side
Tenía razón Sergio Ramos cuando reivindicó su condición de miembro de una tribu urbana. Apareció más bien poco Beverly Hills, con sus mansiones de lujo, sus jardines impecables y sus glamurosos residentes. Fue una despedida melancólica y emotiva al Calderón, que no verá más partidos de competición europea. Un adiós al más puro estilo West Side Story, donde por momentos hubo mucho de banda callejera, de fútbol de barrio, entendido como mordisco a la pierna, entradas tobilleras, corrillos alrededor del colegiado y juego de aquel que se masca y que se habla pero que jugar, se juega poco.
Viendo fases del partido de anoche es normal que haya seguidores barcelonistas que juren en arameo y no sólo porque el Madrid esté un poco más cerca de convertirse en el primer equipo que repite título en la Champions desde que el máximo torneo continental se llama así, sino porque los blaugrana no hayan sido capaces de competir mejor en las últimas temporadas en este torneo. Una final para el Barcelona en cuatro campañas, tres para los blancos. Unas cifras que duelen porque no se trata de una cuestión de calidad (cuando los defensas atléticos se dedicaban a repetir y repetir patadas a seguir era lamentable) sino de mentalidad, de desear, de trabajar más y mejor sobre el césped para sobrevivir en una competición que no perdona a los débiles de espíritu.
El Barça va a dedicar una parte considerable de su presupuesto a sufragar los emolumentos de Messi, Suárez y Neymar, y bien que hace porque si no los atara tendría que rascarse también el bolsillo para encontrar a otros, pero hay que exigir más a todo el equipo. Y también al club. Una planificación acertada, una mayor disposición y un poco más de energía cuando la situación no concede terceras oportunidades (la segunda se la ganaron con creces al remontar ante el PSG).
El último capítulo europeo del Manzanares resultó cruel para la hinchada blaugrana –la que decidiera seguir el partido y no irse al cine o al teatro– porque ocurrió lo que lleva pasando buena parte del curso, que el Madrid da coba a sus rivales, les permite intuir un resquicio de esperanza por el que enhebrar sus ilusiones y después llega el mazazo, suena el despertador y te das cuenta que todo era un sueño. Un Eldorado que se diluye ante la reacción impepinable del conjunto blanco, que suele encontrar la solución a sus problemas cuando se siente más acorralado y urgido por las circunstancias. Sabes que va a suceder, que de una manera u otra va a venir el golpe de realidad y la fantasía va a ser incompleta. ¿Cómo pudo pasar por la línea de fondo Benzema, que no sería el jugador más liviano del mundo? ¿Cómo fueron incapaces de frenarle los tres centrales del Atlético? ¿Cómo no le tapó ninguno de esos miembros de un tridente de forajidos? Inexplicable pero cierto. Increíble pero irremediable.
Al conjunto de Diego Simeone le van las pasiones, que los encuentros se metan en la centrifugadora, que el estadio se convierta en un manicomio deportivo y viva como propio el mensaje de respuesta a la afición madridista. Decidme qué se siente se leyó en el Bernabeu. Orgullosos de no ser como vosotros, contestó el Calderón. Al Madrid en cambio le gustan las emociones. Que no todo sea un camino de rosas, que mande el suspense hasta que ellos asaltan el partido, normalmente por la ventana, que eso de entrar por la puerta no tiene gracia. Sólo les queda el obstáculo del Juventus. El barcelonismo ya le reza a Alves.
¿Cómo no frenó a Benzema alguno de los miembros de un tridente de forajidos?