La esquirla de hielo
A Valentín Roma lo despidieron del Macba por un escándalo improcedente. Para curarse del escarnio público, se fue al pueblo. Y lejos de desconectar, pasó unos meses en el hospital, donde ingresaron a sus padres. Descubrió que el hospital es un lugar luciferino y adictivo. Hay aire acondicionado, alcohol en las manos, todo está limpio, la gente dice buenos días. Al volver a Barcelona, tras el verano, se sentía como una mezcla de Paco Martínez Soria y Cocodrilo Dundee. Entonces se puso a escribir El enfermero de Lenin. El editor de Periférica, Julián Rodríguez, dice que sus palabras son en parte cansancio, humor y melancolía.
Los pájaros trinan en la terraza de La Central, y tal vez los vecinos hayan apagado la tele para asomarse a escuchar a Javier Pérez Andújar, que presenta el acto. Cuenta que la primera vez que vio a Roma, iba con Iván de la Nuez. Le dieron un poco de miedo porque, como todos los que se dedican al arte, creyó que hablarían de cosas raras que nadie entiende. Le sorprendió descubrir que había sido futbolista. Y en la exposición
Contra Tàpies, de la que Roma fue comisario, se hicieron amigos.
“Valentín nació un 14 de abril, como la gente de izquierdas”, dice mientras enumera los diecisiete pasos por los que, en la ficción, el padre del narrador se convierte en Lenin. El padre real ha empezado a leer la novela, y le preguntó a su hijo: “¿Para qué pones que me he vuelto loco? ¿Qué pensarán en el pueblo?”. Entrando y saliendo de la realidad, el actual director de La Virreina Centre de la Imatge evitaba el histrionismo o la tragedia que impregnaba sus intentos anteriores por escribir lo que quería escribir. “En este libro, se pregunta de dónde viene, no de forma etnológica sino ideológica”, dice Andújar.
Roma retrata dos generaciones. En la del padre, la revolución es la solución y se ve el cambio como horizonte. Ha trabajado duro para que su hijo pueda estudiar. Y eso que era de los que decían que “los grises vienen a darte hostias, y los universitarios, a comerte la cabeza”, porque la relación que tienen con la realidad es nula. En la generación del hijo, posleninista, todo es claudicación y desorientación. La rabia, la risa, el placer y la belleza son las cuatro barras de su barrio. La política ha pasado de ser un workshop a un seminario.
El autor recuerda a su profesor Paco Fernández Buey, “marxista en una universidad pija e insustancial como la Pompeu”. Lamentaba que sus alumnos carecieran de una teoría de la discrepancia: “No desobedezcáis porque sí”, les decía, “desobedeced por algo”. Pienso en ello en la librería Ona, en Gran de Gràcia, llena de mujeres salvo el dependiente. Montse Úbeda ha invitado a Laura Borràs, para que hable de La literatura en un tuit. La directora de la Institució de les Lletres Catalanes comparte casi todo lo que hace en las redes. Una chica entre el público advierte que su móvil se está quedando sin batería y no podrá tuitear el acto.
Núria Sales, de Símbol Editors, la retó a que hiciera una radiografía lectora en 140 caracteres de esas grandes obras que le acompañan. Como medievalista, Borràs intenta dar voz a las autoras que vivieron periodos difíciles para expresar el deseo por escrito. El autor que más cita es Flaubert, según le señaló Francesc Parcerisas. También están Mary Shelley, las hermanas Brontë, Sylvia Plath, Szymborska, Pizarnik, Rodoreda. “Quiero que el libro sea como un médium, un escenario de felicidad futura donde la gente encuentre lo que le gustaría leer”, dice.
Valentín Roma presenta ‘El enfermero de Lenin’ con Pérez Andújar como maestro de ceremonias
Recupera un poema de Rosarios Castellanos, dos descripciones de Kafka, unos versos de Blai Bonet.
Los textos infantiles de Gloria Fuertes eclipsaron el resto de su obra. En el centenario de su nacimiento, Blackie Books ha publicado una antología enfocada a su vida, y Nórdica, otra más selectiva, que recoge sus mejores poemas de entre 1950 y 1998, incluido su Epitafio: “Ya no toso”. Como apunta Àurea Juan, el libro incluye un prólogo de Luis Antonio de Villena y, a modo de epílogo, Hablo con
Gloria Fuertes frente al Washington Bridge, de José Hierro. La ilustradora Noemí Villamuza optó por un tono sobrio y discreto para acompañar los textos. Propone un taller en la librería Atzavara, en la calle Escorial. Cuenta que conoció a la directora de la Fundación Gloria Fuertes en el festival de Valladolid. “Ella no necesita homenajes, sino una reivindicación”, decía Paloma Porpetta en el Teatro Zorrilla. Quien era buena amiga de la poeta era su madre, la editora de Torremozas, Luzmaría Jiménez Faro. Se reunían con Adelaida Las Santas y María Dolores de Pablos para celebrar tertulias literarias a las que llamaban Versos con faldas. Fuertes escribía de forma impulsiva, no le gustaba rectificar. Se declaró tan sola que, en un recital, hizo una rifa y se subastó a sí misma. Villamuza reparte folios y lápices. Cada uno debe dibujar lo que le inspire La esquirla: “Una vez me clavé una esquirla de hielo en el corazón, y cuando ya me iba a morir, el hielo se desheló”.