Trilogía de parís
Algunas vicisitudes de una ciudad luminosa
Salgo de la estupenda exposición que el Musée de l’Armée en los Inválidos ha consagrado a la memoria de la guerra franco-prusiana de 1870-1871 con la idea de que hay una falsa representación sobre esta ciudad. Siempre asociada a un estilo de vida más bien libre y alegre –dentro de lo que cabe en la condición humana– y con música de acordeón de fondo, la simple realidad es que esta ciudad las ha pasado canutas en más de una ocasión. Sí, en comparación a otras ciudades europeas (pienso en Minsk, Kiev, Varsovia, Leningrado y también en lo poco que quedó de las ciudades alemanas), París salió, físicamente, muy bien librada de la Segunda Guerra Mundial. El hundimiento de 1940 fue una ruda experiencia y la ocupación y el colaboracionismo que le siguieron, una vergonzosa deshonra. En 1940, la ciudad se consideraba cuna de la Revolución y matriz de la victoriosa coalición de 1918 y de repente se encontró con los alemanes desfilando por los Campos Elíseos y con Hitler visitando de madrugada sus Sehenswürdigkeiten (los lugares de interés). El nivel de aquel pobre diablo quedó retratado en el dato de que lo que más le impresionó fue la mona de pascua de la Opera Garnier. La mencionada expo ayuda a comprender que lo ocurrido aquel verano de 1940 no fue, históricamente, nada excepcional. París ya había sido ocupada en el siglo XV por los ingleses, en el XVI por los españoles y por la coalición antinapoleónica después de Waterloo.