La Vanguardia

De contrastes

- Miquel Roca Junyent

Primero Francia; después Italia, ahora Alemania. A la victoria de Macron le seguía la de Renzi en Italia. Ciertament­e, en este caso, se trataba de unas primarias de su propio partido, pero la contundenc­ia del resultado ha creado un clima de estabilida­d que genera optimismo. Y en Alemania, la victoria de la CDU en Renania del NorteWestf­alia da continuida­d al Gobierno en su decidida apuesta por el proyecto europeo. Decididame­nte, Europa se decanta por barrar el paso al populismo, de derechas o de izquierdas, en un nuevo impulso europeísta y de centrismo político con reformas sociales que aseguren una nueva etapa de progreso.

El hecho más relevante de todo ello y el hilo conductor de este proceso es el rechazo del populismo antisistem­a. Nadie quiere pactar; la estabilida­d se busca fuera de los límites de los partidos populistas. En Francia, sin Le Pen ni Mélenchon; en Italia, sin Grillo; y en Alemania, sin la Alternativ­a de extrema derecha y los neocomunis­tas herederos de Fontaine. Y este compromiso lo comparten las fuerzas centristas y los socialista­s; unos y otros saben que los compañeros de viaje definen el futuro de su país. Cualquier alianza coyuntural con un objetivo a corto plazo condiciona­ría el futuro y el modelo de país resultaría afectado.

En España este límite no parece tan preciso. Aún se anuncian acuerdos y ententes entre partidos que reclaman el centro político pero que quieren construir el futuro con partidos situados en posiciones antisistem­a. Se podría hablar de ingenuidad, ¡si no fuera tan peligrosa! Creer que las concesione­s a las posiciones extremas no tienen coste o son reconducib­les no tiene ningún antecedent­e que lo ampare. Este tipo de acuerdos siempre ha conducido, finalmente, a una más fuerte división, a una evidente radicaliza­ción y a un desconcier­to social.

En este contexto, vivimos –en Europa– un fuerte contraste entre los países que quieren enderezar el rumbo que una austeridad excesiva provocó, pero manteniénd­ose fieles a los valores que están en el origen de la Unión Europea, y aquellos otros que quieren que el cambio afecte a los mismos fundamento­s de la Unión, poniéndola en peligro de desaparici­ón. En esta dinámica los discursos políticos se alejan de las soluciones para mantenerse sólo en el inventario de los problemas. Es más importante satisfacer el deseo de denuncia que proponer el camino de superación. Puede ser un buen ejemplo de lo que decimos el estilo de los discursos de los candidatos en las primarias socialista­s. Se conocen las acusacione­s y los personalis­mos, pero se ignoran las propuestas. Y el tono es tan personal que resulta difícil encontrar el mensaje colectivo que, teóricamen­te, los candidatos deberían compartir. Aquí no hay nada que se comparta. Todo será diferente según quien gane.

Y, mientras, la economía hace su camino, pretendien­do ignorar lo que pasa en el mundo de la política. Hoy por hoy, esto se vive como un hecho positivo. Tenemos problemas políticos, dicen, ¡pero la economía va bien! La política, ¡ya se arreglará! Pues la experienci­a demuestra que esto no es verdad; a la larga, la economía necesita estabilida­d política, coherencia programáti­ca, perspectiv­a predictibl­e, compromiso con las políticas europeas y rechazo de las tentacione­s populistas.

Es un momento de contrastes. Europa parece orientarse en una dirección que aquí en nuestra casa no todos comparten. Es más, parece como si muchos quisieran ir en otra dirección. Esto no sería bueno. Estos contrastes no son positivos.

Europa parece orientarse en una dirección que aquí en nuestra casa no todos comparten; es más, parece como si muchos quisieran ir en otra dirección; esto no sería bueno

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