La Vanguardia

Bertrana, Aurora Bertrana

El rey tahitiano Pomaré perseguía a cualquier súbdito que usase cualquiera de las tres sílabas de su nombre

- Màrius Serra

Descubrí a Aurora Bertrana cuando leía todo lo que me caía en las manos sobre Hawái y, por extensión, Polinesia. Empecé por su libro más divulgado, Paradisos oceànics (1930), una descripció­n de Tahití y otras islas que visitó durante su estancia de tres años en la Polinesia francesa, de 1926 a 1929, por razones del trabajo de su marido suizo monsieur Choffat. Me impresionó la gran viveza descriptiv­a y la naturalida­d con la que contrapone los hábitos polinesios con las rígidas normas morales de los europeos. Casi siempre tienes la sensación de estar leyendo a una mujer actual. Después del libro de viajes tuve curiosidad por leer la narrativa de ficción derivada: Peikea, princesa caníbal i altres contes oceànics

(1934), Ariatea (1960) y la novela polinesia que escribió a cuatro manos con su padre Prudenci, L’illa perduda (1935). Comparar este último libro con los otros tres que escribió sin concurso paterno es muy ilustrativ­o. Resulta inevitable plantearse un cierto juego de las diferencia­s para imaginar qué proviene del patriarca y qué de la hija.

En sus memorias, ahora editadas por la Diputación de Girona, Bertrana explica que dedicó unos cuantos años de investigac­ión al proyecto de escribir un libro que demostrase que, un siglo antes de la llegada de los capitanes Cook, Bougainvil­le o Wallis, aquellas islas habían sido descubiert­as por los navegantes españoles Fernandes de Queirós, Mendaña de Neira y Luis de Torres. Descubrió palabras en algún dialecto polinesio que recordaban al castellano, como por ejemplo el puerco en Nuku-Hiva, puaca. El desinterés de don Gregorio Marañón le hizo desistir, pero la sensibilid­ad lingüístic­a de Bertrana, escritora en catalán, castellano y francés que se esforzó por aprender la lengua de Tahití, nutre sus memorias de pequeñas perlas verbales iaorana, que no significa nada en ninguna lengua polinesia. De hecho, es una simple reinterpre­tación fonética de la fórmula de cortesía inglesa your honour, usada por los primeros ingleses que desembarca­ron en Tahití, quienes se inclinaban ante la reina Pomaré en actitud de respeto, le decían your

honour. Otro anglicismo polinesio con que topa Aurora Bertrana es el nombre de los cantos religiosos en las islas Marquesas, los himenés, procedente­s de los

hymns en inglés. Pero lo mejor es cuando recoge la dimensión lingüístic­a de uno de los tabúes asociados al primer rey tahitiano Pomaré: perseguía a cualquier súbdito que usase las sílabas de su nombre. Teniendo en cuenta que las lenguas polinesias se caracteriz­an por su alfabeto reducido, la prohibició­n de las tres sílabas del rey debía resultar francament­e coercitiva. ¿Se imaginan hablar sin poder usar ninguna de las sílabas de referéndum?

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