La Vanguardia

El bálsamo exterior

- Fernando Ónega

Opinan los cronistas que el señor Rajoy se solaza en el exterior. Se relaja. Se da un respiro, como si dijéramos. Quizá sea un poco injusta esa percepción, porque un jefe de Gobierno debe hacer mucha política internacio­nal: debe vender la imagen de su país, debe aprovechar ocasiones de negocio para los empresario­s, aunque sean constructo­res, y debe buscar incluso turistas, por si cabe alguno más en la Rambla. El mundo, al parecer, está lleno de oportunida­des, sobre todo en China, hay que ir a su encuentro y ya se sabe que los chinos están podridos de dinero: lo mismo nos venden féretros low

cost que compran inmuebles como si fuesen Amancio Ortega, o inundan las tiendas de lujo y pagan con billetes de 200 euros, que yo los he visto.

Respecto al respiro, ¿a quién puede sorprender? A algunos de sus antecesore­s les ocurría lo mismo. Felipe González era tan feliz en Europa como lo es ahora en Iberoaméri­ca. En las cancillerí­as europeas era reconocido como un gran gobernante, mientras aquí se le decía “Váyase, señor González”, lo acusaban de dejar crecer la corrupción y de haber fundado el GAL, que no era exactament­e un piropo. Aznar también se dejó seducir por el encanto exterior: el amo del mundo, que era George W. Bush, lo invitaba a hacerse fotos, se permitía poner los pies encima de la mesa en la Casa Blanca y todas eran lisonjas al hombre que estaba sacando a España de la cuneta de la historia. ¿Cómo volver a España, si aquí le llamaban asesino en las manifestac­iones?

Con Rajoy no se ha llegado a esa crueldad, pero irse unos días a China o dar unas vueltas por el mundo tiene que ser maravillos­o: le permite presumir de reformas, ponerlas como ejemplo para cualquier país, contar lo bien que va la economía con él y cómo su España crece más que ninguna otra nación del entorno o incluso del mundo mundial. Y una ventaja añadida: no se despierta con los sobresalto­s de las noticias, Puigdemont le queda a miles de kilómetros y sus interlocut­ores tienen el buen gusto de no hablar de la corrupción. Si encima hace negocios, benditas excursione­s –o incursione­s– internacio­nales. Como las cosas sigan como están, lo vamos a ver poco por aquí.

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