La Vanguardia

Último reducto musical

- DAVID CARABÉN

Hace muchos años que no veo Eurovisión. Sólo por eso tendría que estar deslegitim­ado a la hora de defenderlo. Pero lo hago porque lo veo como uno de los últimos reductos de la antigua y generosa presencia de la música en televisión. Hoy día ni siquiera la MTV centra su programaci­ón en los videoclips. En la tele de los 70 y 80, incluso en la de los 90, había un montón de programas con

D. CARABÉN, cantante de Mishima actuacione­s en directo, entrevista­s y reportajes sobre bandas de todo el mundo. A la atracción y rechazo que podían generar sus canciones se añadía el espectácul­o de ver cómo se vestían, cómo se peinaban y cómo se comportaba­n ante la cámara. Competían entre sí como gallos, para llamar la atención de los adolescent­es, que nos marchitába­mos en casa de aburrimien­to mientras esperábamo­s los rituales de autoafirma­ción y construcci­ón de identidad que ocupaban las horas de ocio del fin de semana. Hoy día, los videojuego­s y sobre todo las redes sociales se encargan de satisfacer en buena medida estas necesidade­s, digamos simbólicas. Se sigue escuchando mucha música. Más que nunca. Pero aquel espectácul­o que consistía en ver quién la hacía y cómo, aquel delicioso momento de comentarlo en familia y comprobar como una cresta, un escote o un grito ensordeced­or podían dividirla y consolidar facciones enfrentada­s, parecen condenados al olvido. En las casas, apenas compartimo­s pantalla y ya no constatamo­s juntos aquello que nos separa. Sólo Eurovisión mantiene viva esta experienci­a, incluso en su versión más cruda, a través de las redes. Y de la misma manera que a veces hay que visitar una granja para recordar que los pollos no nacen en la nevera del súper, va muy bien que, de vez en cuando, entre tanta música enlatada, alguien suelte un buen gallo para proclamar que los músicos aún somos de carne y hueso.

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