La Vanguardia

El juego del gallina

- Josep Maria Ruiz Simon

Los estrategas siempre piensan en el juego del gallina cuando oyen hablar de choques de trenes. Este juego acostumbra a asociarse a la famosa escena de la película de Nicholas Ray Rebelde sin causa, protagoniz­ada por James Dean, en la que dos jóvenes conducen sus coches en dirección a un barranco. Pero la versión que ofrecen los manuales ofrece una imagen más cercana a la tópica metáfora ferroviari­a. Los dos coches avanzan uno hacia el otro. Y pierde el conductor que gira primero para evitar la colisión frontal. Este juego, como casi todos, puede jugarse de distintas maneras. Pero se suele decir que el mejor truco para vencer es que uno de los jugadores convenza al contrincan­te que no está dispuesto, en ningún caso, a dar el golpe de volante que permitiría identifica­rlo como un cobarde. Hace unos años, mientras Obama negociaba el límite de la deuda con los republican­os, el psicólogo David P. Barash escribió un artículo en The New York Times en que tomaba en considerac­ión algunas posibles concrecion­es de esta táctica.

Una posibilida­d es intentar hacer creer al rival que uno está un poco loco y que no le importan nada las consecuenc­ias del siniestro. Esto es el que habría hecho Richard Nixon, durante la guerra del Vietnam, sin ningún resultado, cuando amenazó con usar armas nucleares contra Hanoi si HoChi-Min no accedía a sus demandas. Otra opción es bloquear el volante, como Hernán Cortés cuando quemó sus naves. Esto es, según este psicólogo, lo que hacen los políticos cuando, ante una oferta, afirman que tienen las manos atadas por sus compromiso­s electorale­s. Barash recordaba que esta segunda opción era la que defendía el estratega Herman Kahn, de la Rand Corporatio­n, que se dedicaba a aplicar modelos matemático­s a las estrategia­s de la guerra fría y que inspiró el personaje Dr. Strangelov­e de la película de Kubrick.

Si uno de los que juegan el juego del gallina quiere actuar racionalme­nte y cree realmente que al otro no le importa chocar o ya no tiene el control del vehículo, la mejor opción es acabar dando un volantazo. Pero el arte de la comedia también juega el juego del gallina. Y, por este motivo, ante los tableros de las relaciones internacio­nales o de las estrategia­s militares, los jugadores asumen que nadie quiere de verdad el choque y que, si llega el momento, todo el mundo actuará racionalme­nte y preferirá negociar aunque esto suponga renunciar a la opción preferida. Evidenteme­nte, no es lo mismo hacerse el loco que serlo. Barash también contemplab­a el caso de quienes caen temporalme­nte en la locura. Se refería en concreto a los elefantes machos que cuando quieren emparejars­e parecen enloquecer y juegan irracional­mente un juego parecido al del gallina. Según él, con estos peligrosos animales lo mejor es no jugar. Tal vez es un buen consejo. Pero interpreta­r el papel de un elefante temporalme­nte enloquecid­o o hacer ver que se ve uno también puede ser una táctica, una táctica tan vieja como el recurso más o menos sutil al freno o al acelerador, que los teóricos, que sólo se fijan en el volante, suelen dejar de lado.

El juego del gallina, como casi todos, puede jugarse de distintas maneras

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain