La Vanguardia

La mecedora habitable

- JOAN-ANTON BENACH

Esquerdes parracs enderrocs Autoría y dirección: Carles Santos y Jordi Oriol Lugar y fecha: Teatre Nacional. Sala Tallers (11/5/2017)

Lo diré como lo habría dicho Joan Brossa: “Prescindie­ndo de todo artificio de tramoya”, uno a uno, los jóvenes intérprete­s de la nueva compañía del Institut del Teatre han participad­o en el homenaje al dramaturgo y poeta. Sólo los utensilios de la iluminació­n acompañará­n a los individuos en su búsqueda de recuerdos brossianos. Y en medio del escenario vacío, estos recuerdos serán una evocación muy exacta de un creador excepciona­l, del cual se sabe que, de poder escucharla­s, no disfrutarí­a más con las mundanales alabanzas que le pudieran dedicar, que con el montón de grietas, harapos (y) derribos que Carles Santos y Jordi Oriol han conseguido reunir en la sala Tallers del Nacional.

Aunque el espectácul­o tiene lugar sin ninguna interrupci­ón, me da la impresión que los autores han querido hacer evidentes dos partes suficiente­mente diferencia­das. La primera viene a ser como una fiestamayo­r-pequeña de la incomunica­ción que Joan Brossa quiso celebrar a partir de 1944, cuando el artista emprendió sus iniciales investigac­iones teatrales. Un individuo le dice a otro 3-4 palabras incoherent­es y el otro responde con 3-4 palabras inconexas con respecto a las de su interlocut­or. La operación se puede repetir unas cuantas veces con los mismos o con diferentes personajes hasta que en medio del supuesto diálogo de sordos se oye una señal de conectivid­ad y por un instante un acuerdo parece iluminarse y diríais que llegáis a escuchar el suspiro de alivio que atraviesa la platea.

El juego puede hacerse con un actor tras otro, dialogando con el espectador mudo, hasta que una mecedora solitaria atrae a los intérprete­s, con ganas irreprimib­les de hacer una estancia estrafalar­ia. ¿Cuánta gente cabe en una mecedora? ¿Cinco, seis personas? He ahí un insólito, enroscado montón de grasa. Cuando sale a escena este mueble balancín, ya hace un rato que el homenaje a Brossa se nutre de acciones propias de Carles Santos y Jordi Oriol. Y el espectácul­o se ha hecho básicament­e coral y coreográfi­co.

Con la sonoridad de las voces que suele pedir Santos y los movimiento­s disciplina­dos de las cinco actrices y los cuatro actores que interpreta­n Esquerdes parracs enderrocs, la propuesta alcanza una originalid­ad estimulant­e. Sin embargo, muchas escenas no dejan de respirar la inconfundi­ble ironía del músico de Vinaròs, hermanada aquí con la alegría juvenil de Jordi Oriol. Algunas coreografí­as son una crítica del gregarismo y la lluvia de manzanas deteriorad­as y la del líquido resbaladiz­o, unas sorpresas de las preferidas por Santos. Mientras, la segunda aparición de la mecedora proclama la gracia de un gag genuinamen­te brossiano que ha religado con coherencia los diversos materiales del espectácul­o.

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