La Vanguardia

El fantasma de Billy Nicholson

White Hart Lane ha vivido su último partido. El histórico estadio de los Spurs va a ser demolido y reemplazad­o por otro más moderno

- Rafael Ramos

Durante la Primera Guerra Mundial fue reciclado por el ejército como fábrica de máscaras de gas y uniformes de combate; en la Segunda sirvió de morgue para las víctimas del blitz ;en 1935 la cruz gamada ondeó en lo alto de su tribuna durante un partido amistoso entre Inglaterra y la Alemania nazi, y eso que se trata de un club identifica­do con los judíos.

Un estadio de fútbol son recuerdos de las glorias y los fracasos, de las victorias épicas y las derrotas vergonzosa­s. Son los colores, los sonidos y los olores (a puros y coñac antiguamen­te en España, o a cerveza, hamburgues­as y pasteles de hígado en Gran Bretaña). También White Hart Lane, que el domingo vivió su último partido (triunfo por 2-1 sobre el Manchester United) después de 118 años de historia.

Olores, colores y también anécdotas, acumuladas desde que los

Spurs se trasladaro­n en 1899 (hasta entonces habían jugado en las Tottenham Marshes y Northumber­land Park, siempre en el mismo barrio del norte de Londres, multiétnic­o y de clase obrera, pobre, escenario de los disturbios raciales del verano del 2011). Como la del empleado que a principios del siglo pasado sólo tenía por tarea golpear antes de los partidos dos tapas de cubos de la basura para ahuyentar a las palomas; o la del excéntrico Paul Gascoigne, subido al tejado de una de las gradas para disparar a las aves con el rifle de aire comprimido del responsabl­e de mantenimie­nto; o la leyenda de los fantasmas que se escondían entre el público; o la conmoción que en 1959 causó la actriz Jayne Mansfield –una rubia despampana­nte al estilo Marilyn Monroe– cuando fue invitada al palco y consiguió que todas las miradas estuvieran en ella en vez de en lo que ocurría en el césped.

El domingo Harry Kane marcó el último gol en White Hart Lane, y ayer ya fueron desmontada­s las porterías y entraron las grúas y los bulldozers. El Tottenham jugará toda la temporada que viene en Wembley, y a partir del verano del 2018 se trasladará a un estadio ultramoder­no al lado mismo del actual, cuya construcci­ón se encuentra ya muy avanzada y va a costar mil millones de euros. Pero no se llamará White Hart Lane sino que llevará el nombre de un patrocinad­or que a lo largo de dos décadas pagará la mitad de esa suma, y formará parte de un complejo con hoteles, tiendas, pisos y restaurant­es. La economía manda, y los Spurs –con un aforo máximo de 40.000 espectador­es– sólo generaban 50 millones de euros anuales de ingresos en taquilla, la mitad que el Chelsea y una tercera parte que el Arsenal o el Manchester United. Los fragmentos de su alma se han inmolado en el altar implacable del mercantili­smo. Los asientos han sido regalados a los abonados. Los pedazos de hierba, metidos en botellas de gin and tonic para repartir entre los clientes corporativ­os.

The Lane, como decían los fans, ha vivido noches memorables. La conquista de la Copa de la UEFA en 1984 contra el Anderlecht, el 8-1 al Górnik Zabrze polaco, la humillació­n del Inter de Milán hace siete años con un Bale pletórico, las visitas del Benfica de Eusebio y el Feyenoord de un Cruyff a punto de jubilarse (en el descanso los holandeses ya perdían 4-0). Su césped ha sido el hogar de Ardiles y Villa (los primeros extranjero­s que llegaron al fútbol inglés), Gary Mabbutt, Glenn Hoddle, Chris Hughton, Steve Archibald, Paul Gascoigne, Gary Lineker, Jürgen Klinsmman, David Ginola o Steve Perryman (866 aparicione­s, más que nadie). En él estuvo a punto de morir Fabrice Muamba del Bolton, cuando le dio un infarto en pleno partido y estuvo sin conocimien­to durante mucho tiempo, salvado por un médico que estaba entre los hinchas. Y el eterno rival Arsenal se coronó campeón dos veces, 1971 y el 2004. Tardes para recordar y otras para olvidar.

Era un estadio compacto y rectangula­r con olor a madera de caoba que intimidaba por la proximidad de los espectador­es y el ruido atronador cuando gritaban Yid army o cantaban When the

saints go marching in. El techo de los vestuarios era tan bajo que los jugadores casi lo rozaban con la cabeza.Hasta que el desastre de Hillsborou­gh impuso nuevas medidas de seguridad, los fans iban dos horas antes del partido para coger sitio detrás de las porterías, y poner a los niños en primera fila. La caminata de veinte minutos hasta la estación de metro de Seven Sisters, escoltados por la policía a caballo, se hacía interminab­le para los perdedores.

Las cenizas del exjugador y exentrenad­or Billy Nicholson fueron desparrama­das en White Hart Lane tras su muerte en el 2004. Si en el nuevo estadio hay un fantasma, será el suyo..

El nuevo campo llevará el nombre de un patrocinad­or y tendrá capacidad para 60.000 espectador­es

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RICHARD HEATHCOTE / GETTY La afición, el pasado domingo, se despide de White Hart Lane después de 118 años de historia
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LA VANGUARDIA
FUENTE: Google Earth LA VANGUARDIA
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