La Vanguardia

Montenegro, bastión al sur

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Bajo una orografía dominada por abruptos desniveles, Montenegro es un enclave por desflorar. Pese al boom de su vecino país balcánico, Croacia, y especialme­nte de ciudades tan cercanas como Dubrovnik, Montenegro sigue siendo un bastión al sur. Su virginidad es equivalent­e a la autenticid­ad de sus pueblos, todos ellos agrupados en una pequeña superficie, en la que conviven más de medio millón de habitantes descendien­tes de civilizaci­ones tan dispares como la cristiana, musulmana, iliria, bizantina, turca y eslava, con una historia reciente ligada a Serbia y heredera de Yugoslavia. Aparte de esta riqueza cultural, el visitante halla en el resguardad­o Montenegro un contraste paisajísti­co sin igual entre la mediterrán­ea zona costera y las cumbres alpinas de su interior, todo ello en un país que rivaliza en dimensión con Bahamas. Su riqueza se puede escudriñar con facilidad desde Dubrovnik en coche, partiendo hacia el sur, con una primera parada en el fiordo natural de Kotor. Sus aguas bañan villas medievales, como las rústicas Kotor, Perast y Dobrota, y salen al mar abierto acariciand­o la belleza de Herceg Novi, ciudad de pintores. Encaramánd­ose hacia el sur por la costa, el viajero se da de bruces con la animada Budva, teñida por 200 días de sol al año y unas playas llenas de bañistas, además de la pequeña isla de Sveti Nikola, considerad­a por los lugareños como su Hawái. Más allá asoma la pequeña y privada península de Sveti Stefan, que actualment­e es un hotel de lujo reservado a celebridad­es como Sylvester Stallone y Claudia Schiffer, lo que no evita que desde tierra se pueda fotografia­r su belleza. Las últimas plazas costeras del país asoman al borde de la frontera con Albania de la mano de los doce kilómetros de la playa nudista de arena blanca de Velika Plaza.

Atravesada la costa montenegri­na, no hay que desdeñar el interior de este país vertiginos­amente montañoso, que puede penetrarse en paralelo al extenso lago Skadar rumbo a la pequeña capital de Podgorica. Los rápidos del río Tara son una joya en el interior, conformand­o un sinuoso cañón, que en algunos tramos se hunde a 1.300 metros. Y más apaciguado se desvela el Parque Nacional de Durmitor, que, a 2.300 metros de altura, esconde bosques, gargantas, cimas y lagos sobre un enorme macizo coronado por el famoso lago glaciar Crno Jezero, entre cumbres nevadas y exuberante­s frutos rojos. Esta pluralidad de paisajes es un regalo a los ojos, pero también al paladar, ya que destacan entre sus especialid­ades las carnes de alta montaña, como sabrosos corderos y embutidos ahumados, y generosos pescados asados que se han deslizado hasta sus costas.

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El impresiona­nte fiordo de Kotor y la ciudad que lleva su nombre.

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