Trump se ve forzado a aceptar la investigación del Rusiagate
La propia Administración republicana encarga el caso a un fiscal independiente Wall Street intenta mantener la calma pese a los escándalos
El Rusiagate va a tener su Eliot Ness. Será investigado por un detective de primera, Robert S. Mueller, que ejerció como director del FBI durante doce años y bajo administraciones republicanas y demócrata. Mueller actuará como fiscal especial independiente y dirigirá la investigación que llevará a cabo un equipo de intocables designado por él mismo. El nombramiento lo ha decidido el Departamento de Justicia, es decir, la Administración Trump, pero el presidente ha reaccionado como si se tratara de un nuevo ataque de sus enemigos políticos: “Es la mayor caza de brujas contra un político en la historia de Estados Unidos”.
Cuando la crisis política arreciaba y las referencias a un impeachment al presidente iban de boca en boca, la Administración Trump dio un golpe de efecto que, de momento, ha tapado la boca a los demócratas. Como ellos pedían, un fiscal independiente asumirá la investigación que ha de dilucidar si el equipo de campaña de Donald Trump coordinó con funcionarios del Kremlin los ciberataques a Hillary Clinton y sus colaboradores. Además de hacerse la víctima, Trump se muestra convencido de que, pese a los ríos de tinta, todo quedará en agua de borrajas: “Una investigación exhaustiva confirmará lo que ya sabemos –que no hubo confabulación entre mi campaña y cualquier entidad extranjera–”.
Trump ha retomado la iniciativa cuando se encontraba más acorralado. Se le acusaba de obstruir la acción de la justicia en el asunto del Rusiagate, provocó un escándalo cuando reveló secretos de inteligencia al ministro ruso de Exteriores, contradecía los mensajes oficiales de la Casa Blanca, los congresistas republicanos se quejaban de que en medio del caos no había manera de sacar adelante la agenda política, y los mercados expresaron su desconfianza con caídas a los índices previos a la elección.
Se hacía necesario tapar tantas vías de agua y con la urgencia propia de la amenaza de hundimiento, así que cuesta creer la versión oficial, según la cual, en un arranque de prurito democrático, el fiscal general adjunto Rod J. Rosenstein tomó la decisión por su cuenta y no la comunicó a la Casa Blanca hasta después de haberla firmado y 30 minutos antes de hacerla pública.
Trump se reunió entonces con sus principales colaboradores, que, según la versión de The New York
Times, aconsejaron al presidente adoptar una actitud positiva respecto al nombramiento. Y en el primer comunicado, Trump daba a entender que su prioridad era pasar página de un asunto que él considera menor y artificial: “Estoy deseando concluir este asunto rápidamente, pero mientras tanto nunca voy a dejar de luchar por las personas y las cuestiones de mayor importancia para el futuro de nuestro país”.
Varios medios informaron ayer de que el yerno del presidente, Jared Kushner, convenció a Trump de mantener una actitud atacante y a esa intervención se atribuyen los tuits de ayer por la mañana, el de sentirse víctima de la mayor caza de brujas y de otro en el que se compara con las administraciones demócratas: “Con todos los actos ilegales que tuvieron lugar en la campaña de Clinton y durante la Administración Obama, nunca hubo un fiscal especial designado”.
Rosenstein tomó la decisión ejerciendo como fiscal general en este asunto porque el titular, Jeff Sessions, tuvo que apartarse al haber mentido también sobre sus contactos con los rusos, pero los demócratas reprochaban a Rosenstein que
“Es la mayor caza de brujas contra un político en la historia de Estados Unidos” Robert Mueller dirigió el FBI con Bush y Obama y hasta los demócratas lo elogian
no estaba actuando de manera imparcial. De hecho, fue Rosenstein quien suministró todos los argumentos degradantes para justificar la destitución de James Comey como director del FBI cuando en realidad se lo cargaron por su empeño en investigar el Rusiagate.
“En mi calidad de fiscal determiné que es de interés público para mí ejercer mi autoridad y nombrar a un fiscal especial para asumir la responsabilidad de este asunto”, señaló Rosenstein en un comunicado, cuidándose mucho de subrayar: “Mi decisión no se debe a ningún indicio de delito”, sino “al interés público que me obliga a colocar esta investigación bajo la autoridad de una persona que ejerce un grado de independencia de la cadena de mando normal”.
La designación de un hombre con la trayectoria de Robert Mueller es lo que dota de credibilidad a la operación política de la Administración Trump. Mueller, de 72 años, es amigo de Comey y juntos se resistieron a los intentos de la Administración Bush de llevar a cabo un programa secreto de vigilancia que daba barra libre para espiar a cualquier ciudadano en cualquier circunstancia. Obama confió para dirigir el FBI antes en Mueller que en Comey. La declaración del líder de la minoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, no deja lugar a dudas: “Ahora tengo mayor confianza en que la investigación desvelará los hechos”, declaró. Mueller está facultado para presentar cargos criminales si observa indicios de delito en las personas afectadas por la investigación, los miembros del equipo de campaña de Donald Trump.
Con todo, siempre se pueden buscar argumentos en contra de cualquier persona. Mueller trabajaba hasta ahora para una firma de abogados, WilmerHale, la misma que representó los intereses de Paul Manafort, exjefe de campaña de Trump que también renunció por sus vínculos con Rusia y Ucrania.
Y pese a los intentos de Trump y de su equipo, no parece que el Rusiagate vaya a desaparecer del escenario mediático. Los comités del Congreso siguen su investigación y han llamado a Comey a declarar, y cada día surge alguna novedad. The
Washington Post publicó ayer una conversación en la que un congresista republicano de primer nivel, Kevin McCarthy, explicaba a sus correligionarios su convicción de que Trump cobraba de Putin: “Hay dos personas que creo que cobran de Putin: Rohrabacher [representante de California] y Trump”, se ve que dijo. La conversación data de junio del 2016, Paul Ryan, líder de la Cámara, cortó en seco el asunto y exigió secreto a los presentes. Ahora la versión oficial apunta a que McCarthy bromeaba.
“Trump cobraba de Putin”, dijo un jefe republicano en una reunión de la cúpula