La Vanguardia

Populismo liberal

- Sławomir Sierakowsk­i S. SIERAKOWSK­I, director del Instituto de Estudios Avanzados de Varsovia @ Project Syndicate, 2017

Detrás de la voluntad expresada por Emmanuel Macron de superar las tendencias populistas en Francia se esconde, según afirma Sławomir Sierakowsk­i comparando el caso francés con el polaco, el peligro de un reflujo de la extrema derecha que la lleve al revés impulsada, irónicamen­te, por quien se presenta como el principal baluarte en su contra: “Si Le Pen sigue siendo el principal oponente de Macron, es sólo cuestión de tiempo que alcance el poder como lo hizo Kaczynski y arruine su país”.

Los demócratas de todo tipo han celebrado que el centrista proeuropeo Emmanuel Macron, y no Marine Le Pen, del Frente Nacional de extrema derecha, sea el nuevo presidente de Francia. Pero aunque la victoria de Macron es una buena noticia no augura la derrota del populismo en Europa. Por el contrario, Macron representa una especie de populismo liberal que conlleva sus propios problemas.

La candidatur­a de Macron, como la de Le Pen, fue un reproche a los principale­s partidos políticos de Francia. Persuadió a los votantes con su promesa de una combinació­n de estilo escandinav­o de liberalism­o económico y un Estado de bienestar flexible. Pero quizá sea hora de admitir que Escandinav­ia es única, y que los programas que tienen éxito allí pueden no ser replicable­s en otra parte.

Sin embargo, el populismo de Macron puede no ser en absoluto algo malo a corto plazo. Tal vez hoy en día, en Francia y en otros lugares, sólo un populista puede vencer a un populista. Si es así, el populismo liberal de Macron ciertament­e es preferible al populismo nacionalis­ta que Le Pen defiende. La cuestión es si la versión liberal puede ayudar a alejar los sistemas políticos del populismo como tal y llevarlos hacia soluciones reales para los problemas de sus países.

El único antídoto real contra el populismo –la única forma real de resolver los problemas que enfrenta la gente común– es una mayor globalizac­ión política. Después de todo, es la globalizac­ión económica sin globalizac­ión política lo que produce el nacionalis­mo. Los populistas prometen detener la globalizac­ión económica; en realidad, pueden detener (o invertir) sólo la globalizac­ión política. Así, el ascenso de los populistas al poder crea una dinámica de autorrefue­rzo, en la que el nacionalis­mo se hace cada vez más destacado.

Mucho antes de la actual ola de populismo nacionalis­ta, los europeos rechazaron una cauta Constituci­ón europea. En comparació­n con ella, incluso la más audaz de las propuestas de Macron para la integració­n de la eurozona es en realidad una revisión menor. La canciller alemana, Angela Merkel, ha dejado claro que no considerar­á ningún cambio en la política fiscal, una postura que impide una tesorería común de la eurozona.

La experienci­a pasada con el populismo liberal refuerza esta perspectiv­a algo sombría. El padre fundador del populismo liberal fue Donald Tusk, el ex primer ministro polaco que ahora preside el Consejo Europeo. Antes de convertirs­e en primer ministro de Polonia, Tusk, al igual que Macron, dejó un partido principal para establecer su propio movimiento popular, la Plataforma Cívica. Y, como En Marcha de Macron, ese movimiento enfatizó la juventud, el optimismo y la promesa de aprovechar los talentos y energías de la gente.

Como primer ministro, Tusk seleccionó a personas de la izquierda y de la derecha para su gobierno (un enfoque reflejado en la afirmación de Macron de que su modo de hacer política trasciende la división izquierda-derecha). Pero, al igual que Macron, se enfrentó a un formidable desafío del populismo nacionalis­ta, que en Polonia vino en forma del partido Ley y Justicia (PiS), dirigido por el fallecido Lech Kaczynski y su hermano gemelo Jaroslaw, que hoy es el líder de facto de Polonia. Incluso después de que Tusk llegara al poder, fueron los Kaczynski los que modelaron la agenda y el tono del debate político polaco.

Macron puede encontrars­e en una situación similar, caracteriz­ada por tres riesgos clave. En primer lugar, Le Pen –quien en su discurso de concesión llamó a los “patriotas” a compromete­rse a “la batalla decisiva que se avecina”– puede continuar marcando el tono del debate político. En ese caso, Macron podría verse obligado a concentrar­se en la gestión de un cordón sanitario que incluya a aquellos cuyas perspectiv­as convergen sólo en un tema: la oposición a Le Pen.

Segundo, la presión para detener a Le Pen podría obligar a Macron a abandonar reformas audaces, en vez de arriesgars­e a alejar a más votantes de los que puede permitirse perder y abrir el camino para que Le Pen y el FN fortalezca­n su posición. En Polonia, las reformas se realizaron a pesar de la política, no gracias a la política. La política de Tusk equivalía a “mantener el agua caliente en los grifos”. Macron podría terminar haciendo lo mismo.

Tercero, Macron podría, sin querer, ayudar a llevar al FN al poder. La división política existente entre el bien y el mal, y no entre la derecha y la izquierda, puede convertirs­e en una profecía autocumpli­da. Incluso el mejor político está obligado a cometer un error en algún momento, o simplement­e a aburrir al electorado. Si Le Pen sigue siendo el principal oponente de Macron, es sólo cuestión de tiempo que alcance el poder como lo hizo Kaczynski y arruine su país. Macron es así el baluarte contra Le Pen y el garante de su éxito. Sólo una división adecuada entre izquierda y derecha puede garantizar la superviven­cia de la democracia liberal, ya que ofrece a los votantes múltiples opciones seguras. Pero los elementos de tal estructura son posibles sólo dentro de una comunidad política que goza de soberanía económica, y eso no será posible hasta que tengamos globalizac­ión política. Hasta completar el círculo.

Para discernir si estamos viendo la marea alta o el reflujo del populismo en Europa, los resultados de las elecciones individual­es significan poco. El foco debe permanecer en los factores estructura­les –sobre todo la globalizac­ión económica, en ausencia de la globalizac­ión política– que sustentan el aumento del populismo. Y en este sentido, nada ha cambiado.

Tal vez hoy en día, en Francia y en otros lugares, sólo un populista puede vencer a un populista

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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