La Vanguardia

Profesiona­les del Estado

- Francesc-Marc Álvaro

En el aeropuerto de El Prat hemos sido víctimas de la incompeten­cia. Soy de los que piensan que hay gente muy eficiente en la empresa y en todas las administra­ciones, de la misma manera que encontramo­s inútiles auténticos en los dos ámbitos. Me quito el sombrero ante los muchos funcionari­os públicos y los muchos empleados del sector privado que tienen claro que los administra­dos y los clientes merecemos un respeto, y que este empieza por hacer las cosas bien. La situación creada por las colas en los controles de pasaportes en el aeropuerto de Barcelona pone en evidencia una terrible falta de profesiona­lidad de ciertas autoridade­s. Hay autoridade­s que son competente­s y otras que deberían quedarse en casa. Mayka Navarro y Beatriz Navarro lo sintetizar­on ayer en su crónica: “Es complicado entender el grado de improvisac­ión que en estas semanas han demostrado tanto Interior como Aena”.

Improvisac­ión. Falta de previsión. Indiferenc­ia inicial ante el caos. Pasividad ante las quejas. Excusas de mal pagador. Excusas –tardías– en boca de Enric Millo, delegado del Gobierno en Catalunya. La película es mala. ¿Somos o no somos profesiona­les del Estado? Millo, que parece bueno para ir a inauguraci­ones, visitas y festivales, también debería serlo cuando hay que arremangar­se y concretar lo que significa ser un servidor público. ¿Qué es un profesiona­l del Estado? El delegado es un cargo de confianza política pero es también –se supone– una figura con la máxima responsabi­lidad de dirección y coordinaci­ón de determinad­os organismos y funcionari­os. Más allá de las relaciones públicas y de la propaganda del día, ¿cómo se mide si un delegado de turno se gana el sueldo que le pagamos entre todos?

Ahora que tener un Estado o no tenerlo es asunto de gran debate en Catalunya, ahora que tenemos claro que vale más parecerse a Dinamarca que a Venezuela, ahora que la expresión “estructura­s de Estado” la repiten hasta los niños de tres meses, ahora quizás sería el momento de que los que deben hacer funcionar un Estado que ya existe no traten a la gente como si fuera un estorbo microscópi­co que se puede ignorar desde la comodidad de los despachos oficiales. Ahora deberían hacerse las cosas con más cuidado que nunca. Pero es lo contrario. Incomprens­ible. Como campaña comercial para acreditar el Estado español como gestor de servicios aquí, lo que ocurre en El Prat resulta desastroso. Hay algo peor que tener un Estado propio, que es tenerlo en contra, y eso es también un Estado que pasa olímpicame­nte de sus ciudadanos. Pasa y pasa hasta que el espectácul­o es insostenib­le, como así ha sido.

El equipo que dirige Jorge Moragas para frenar el proceso debería visitar a menudo el aeropuerto y también el servicio de cercanías. Se darían cuenta de que ciertos movimiento­s no nacen nunca por casualidad.

¿Cómo se mide si un delegado del Gobierno de turno se gana el sueldo que le pagamos entre todos?

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