FAKE ¿Ha muerto Alexiévich?
Debenedetti vuelve a colar noticias falsas en los medios
Svetlana Alexiévich ha muerto. Bueno, en realidad no, pero eso es lo que, durante varias horas de la mañana de ayer, pudo leerse en el diario francés Le Figaro, en RT, el canal internacional de televisión de Rusia y en medios digitales de todo el mundo. Tuvo que salir la Nobel a declarar, desde Seúl: “Me encuentro bien”. El origen de la falsa noticia estaba en un tuit de la nueva ministra de Cultura de Francia, Françoise Nyssen –editora de la bielorrusa en Actes Sud– en el que podía leerse: “Una terrible noticia. Me anuncian ahora que Svetlana Alexiévich ha muerto. No tengo más información”. Bueno, en realidad no se trataba de una cuenta real de Nyssen, sino una suplantación de identidad perpetrada por el –llamémosle– periodista italiano Tommaso Debenedetti, gran especialista en este tipo de falsificaciones.
El propio Debenedetti explicó al final que era él el propietario de la cuenta, creada poco antes. Todo hace crecer aún más, si cabe, el debate sobre la credibilidad de la información que aparece en las redes sociales,
“Esto no lo han traído las redes sociales, le pasaba a Julio César y hay una diosa clásica del rumor”, dice Argemí
o la importancia que debe darse a las opiniones vertidas en ellas, temas sobre los que dos autores acaban de publicar sendos ensayos.
Hace casi veinte años que Debenedetti, profesor de literatura, se divierte inventándose conversaciones, noticias y muertes de famosos. Empezó en el año 2000 publicando entrevistas en varios medios italianos a grandes escritores y líderes mundiales, como Noam Chomsky, Mijaíl Gorbachov, Gore Vidal o el Dalái Lama, y no fue desenmascarado hasta el año 2010, cuando llevaba más de 80 publicadas y algunos de esos personajes empezaron a protestar (los primeros fueron John Le Carré y Philip Roth). A partir de ese momento, Debenedetti, estigmatizado para siempre en la prensa escrita, se lanzó a Twitter y más tarde a Facebook. Según él, se trata de su modo de “denunciar la falta de credibilidad de las redes sociales, internet y los medios que, para ser los más rápidos, no controlan las fuentes de noticias” en una suerte de “activismo social o juego literario”. Entre los que, alguna vez, han picado se cuentan desde The New York
Times hasta El País –al que le coló una foto de un supuesto Hugo Chávez intubado, distribuida por una agencia– o el USA Today. Entre los personajes asesinados con algún éxito se cuentan el papa Benedicto XVI, Fidel Castro, los escritores Cormac McCarthy o Mario Vargas Llosa o el presidente sirio Bashar el Asad. Y las identidades que ha suplantado para difundir sus bulos van del presidente afgano Hamid Karzai al escritor Henning Mankell, pasando por el ministro Cristóbal Montoro o el secretario de Estado vaticano Tarcisio Bertone.
Marc Argemí (Sabadell, 1979), director de la consultora Sibilare, acaba de publicar El sentido del rumor (Península). Alerta de los “discursos catastrofistas” pues “la posverdad no la han traído las redes sociales, a Julio César le atribuimos la frase ‘veni, vidi, vici’, pero no existe la certeza de que la pronunciara, y todos creen que Galileo fue quemado en la hoguera, cuando solamente fue procesado por la Inquisición”. De hecho, “la diosa Fama es la deificación del rumor –recuerda–. Virgilio nos la describe como un monstruo alado lleno de orejas, bocas y ojos que va repitiendo todo lo que capta con independencia de si es cierto o falso”. Cree que la clave es “tener claro el reparto de papeles, aprender a ver las redes sociales como lo que son, la versión virtual de la cafetería o el bar de la plaza, donde todo el mundo se expresa en voz alta y no por ello nos los creemos. La clave es aprender a filtrar. El trabajo de los periodistas tradicionalmente es refutar hipótesis o confirmarlas. Ahora, la cocina de la información
es transparente. Lo positivo es que al mentiroso se le puede pillar rápidamente, el contraste se hace el mismo día. Y la mayoría de los medios serios no repiten las informaciones sin más, se avanza mucho últimamente”. Lo peor es “dar rienda suelta al propagandista que todos llevamos dentro y creernos sólo aquello que confirma nuestra manera de pensar”. Argemí explica en su libro, asimismo, cómo, tratando los datos de Twitter con programas que analizan enormes cantidades de información (el famoso big data), su equipo ha conseguido proyecciones de voto más exactas que las de las encuestas de los institutos de opinión en las dos últimas elecciones generales, el 20-D y el 26-J.
El escritor Juan Soto Ivars (Águilas, 1985) acaba de publicar Arden
las redes (Debate), donde analiza sobre todo las polémicas generadas por tuits u opiniones difundidas por Internet. “Algunos medios tradicionales a veces empeoran el problema al legitimar lo que yo llamo
linchamientos digitales. Lo mejor es ignorarlos. El odio en twitter se extingue por sí solo si no se aviva”.
Aunque... ¿cómo sabemos que la falsa muerte de Alexiévich es obra del propio Debenedetti y no de alguien que haya suplantado la identidad del impostor? ¿Podría haber falsos Debenedettis por ahí?