La Vanguardia

Nos sobran amigos

- Josep Lluís Micó J. L. MICÓ, catedrátic­o de la Universita­t Ramon Llull

El debate sobre las mentiras en internet desembocab­a hasta hace poco en los abusos cometidos desde el anonimato o a través de los seudónimos. Sin embargo, nos hemos habituado recienteme­nte a que nos intoxiquen con rumores y engaños las personas, empresas e institucio­nes identifica­das con claridad. Este conjunto, por supuesto, incluye los medios de comunicaci­ón y los gobiernos.

Ahora sabemos que no importa si una cuenta en la web es auténtica o falsa. Lo relevante es que sea de fiar y que, cuando proceda, su propietari­o esté dispuesto a dar la cara. Expertos como la tecnóloga Esther Dyson se han esforzado durante años en señalar que lograríamo­s aprender a discernir entre las fuentes fidedignas y las que no lo son. Sus argumentos parecían sólidos y éste es el momento de aplicarlos.

La clave consiste en restringir la actividad virtual a las redes de confianza. Por ejemplo, en nuestra vida offline, al buscar referencia­s acerca de un médico o de un abogado, no recurrimos a extraños, se las pedimos a familiares, amigos o conocidos con buen criterio. Esperamos un consejo acertado, no una lista geolocaliz­ada con millones de likes comprados.

Necesitamo­s círculos que podamos recorrer y relaciones seguras, más allá de apócrifas jerarquías digitales que pueden ser presentada­s a partir de criterios científico­s, pero también alteradas al antojo de embusteros o hackers. No hay un nivel superior desde el que fluyan las recomendac­iones; lo que tenemos es una estructura descentral­izada.

Así, ¿cómo descubrimo­s a los médicos o abogados negligente­s? A algunos no se les desenmasca­ra nunca, mientras que otros, aceptablem­ente aptos, ven arruinada su reputación por un error. Eso sucede en el entorno real –físico y tangible– y se acentúa en internet. Las redes de confianza luchan en la web contra la posverdad. Es difícil tejerlas porque sus usuarios son móviles, con todo, este mismo factor las hace imprescind­ibles.

Tarde o temprano dependerem­os de los demás. Y entonces nos vendrán bien las indicacion­es precisas. Los sistemas de certificac­ión y los controles de calidad nos protegería­n de

trolls y fake news, pero limitarían las libertades de movimiento y expresión, según advierten entidades como GreatFire e investigad­ores como Danielle K. Citron, de la Universida­d de Maryland (Estados Unidos), y Toby Walsh, de Nueva Gales del Sur (Australia). Busquemos el equilibrio, pues.

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