La Vanguardia

Disfuncion­es políticas

- Josep Oliver Alonso

Inmersos como estamos en debates de gran calado político, cada colectivo vive en universos paralelos. Vaya por delante que, a la luz de cómo va el empleo y la recuperaci­ón, parece que estemos en el mejor de los mundos posibles. Y dado que las perspectiv­as hasta el 2020 apuntan a la continuida­d de esta situación, pues poco más habría que añadir. Pero, justamente porque hay calma, me permitirán unas reflexione­s alejadas de la batalla económico-financiera diaria, para elevar la mirada y ver hacia dónde nos podríamos encaminar y qué habría que hacer.

Porque todo el andamiaje de esta recuperaci­ón se aguanta sobre bases relativame­nte endebles. Así lo muestran las alzas y bajas de las primas de riesgo los dos últimos años, en los que el BCE nos ha estado comprando deuda pública en cantidades insólitas. Esos movimiento­s, aunque no directamen­te imputables a nosotros y que han reflejado el impacto de choques exteriores (crisis en Grecia, banca italiana, Brexit, referéndum de Renzi y elecciones holandesas y francesas), expresan la inquietud que todavía suscitamos.

Y es ahí donde habría que aprender del pasado. Hace aproximada­mente una década, cuando la crisis financiera comenzaba a engullir diferentes países, fuimos incapaces de lograr los consensos políticos que hubieran permitido afrontar lo inevitable de la mejor de las maneras. La política, el debate estrictame­nte político, tomó el mando. Y en lugar de buscar el acuerdo para distribuir los costes de un ajuste que no podía evitarse, se centró en echarse las culpas unos a otros y acerca de quién era más responsabl­e de lo acaecido. No es que ello no fuera importante. Pero, como muestra el sufrimient­o social que ocasionó el ajuste y la adaptación a las nuevas circunstan­cias, algo que todavía no ha desapareci­do, el debate debería haber sido otro. Y, más en particular, cómo distribuir sus costes entre los distintos grupos sociales. No se hizo así. Y la crisis provocada por Lehman Brothers mutó en una segunda recesión, la de deuda soberana, de la que la disfuncion­alidad política española e italiana fue, en gran medida, responsabl­e.

Hoy parece que la situación está mucho mejor. Pero seguimos en zona de riesgo. Y ello porque las premisas de crecimient­o del Gobierno para 2017-2020 son, hoy por hoy, bienintenc­ionados deseos (euro en los 1,1 dólares, crecimient­o de los mercados españoles de exportació­n cercano al 4%, petróleo en los 53 dólares y suave aumento de tipos de interés). Y porque nuestro sistema de gestión política sigue anclado en esquemas que son los que permitiero­n la crisis del euro de 2011/2012.

Los países suelen tener los gobiernos, y la oposición, que merecen. Y la gestión de las crisis, y de las expansione­s, se refleja en ambos. Haríamos bien en intentar algunos consensos básicos, no sea que la nueva recesión, que tarde o temprano vendrá, nos juegue de nuevo una mala pasada. Convendría que no olvidáramo­s nuestro pasado. Simplement­e, para no repetirlo.

Prepararse para una nueva recesión exige alcanzar consensos básicos

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