Y Thiem ganó a Nadal
Thiem firma un partido perfecto para interrumpir a Nadal
A la tercera, después de caer en las finales de Barcelona y Madrid, el austriaco Dominic Thiem se ha tomado la revancha derrotando a Rafa Nadal en Roma, en tierra batida, poniendo fin a la racha de 17 victorias del balear y advirtiendo a propios y extraños que ha llegado al top ten para quedarse.
Ayer, Dominic Thiem (23) rompió una resistencia.
Tumbó a Rafael Nadal en una pista de arcilla. Es una noticia notable. Nadie lo había hecho en este 2017. Ni siquiera el propio Thiem, que se había rendido en las finales de Barcelona y Madrid, la última el domingo pasado.
Nadal llevaba 17 victorias consecutivas. Una serie que había arrancado en Montecarlo, de eso hace casi dos meses. Se había adjudicado aquel título, y luego se había impuesto también en Barcelona y en Madrid. En todo este tiempo, Nadal apenas había cedido dos sets. Uno ante Edmund. Y el otro, ante Fognini.
Ayer, en los cuartos de final de Roma, Nadal encontró la horma de su zapato.
Cedió ante Thiem, séptimo tenista del mundo, uno que se está haciendo grande: 6-4 y 6-3, en 1h51m.
Fue un partido distinto, en las formas y en el contenido. Lo singulariza el resultado, eso es evidente.
Pero, sobre todo, lo singulariza su discurrir.
Thiem estuvo mucho más implicado. No fue el chico tímido de Barcelona, un talento algo superado por las circunstancias y el peso del adversario. Tampoco fue el de Madrid, más directo, pero demasiado entregado en la segunda manga. Ayer, Thiem fue sobrado de frescura e intención. Había decidido manejar las teclas del partido. Interrumpir a Nadal.
Lo hizo de entrada. Al primer juego, rompió el servicio de Nadal. Ya entonces, se veía que el balear no chutaba. Jugaba en corto. Parecía cansado, un punto distante. Se movía despacio, no entraba en el encuentro. Volvió a perder el saque, entonces en el quinto. Con 4-1 en contra, ganar aquella manga ya era una entelequia.
Thiem disputó un encuentro impecable, repleto de riesgo y detalles. Se parece poco a Muster, aquel animal austriaco que sembraba el pavor en los años noventa. Es más estiloso, más preciso. Tiene más ángulos. Thiem rondaba los 200 km/h a cada servicio. Atacó casi siempre. Sumó 24 puntos ganadores, tres más que Nadal. La mayoría de veces lo hizo desde el fondo de la pista. Lanzó golpes imprevisibles, muy profundos. Un festival de reveses a una mano, extraordinariamente técnicos. Mostró la cara en los rallies más largos y propuso cambios de ritmo. Cuando Nadal intentaba prolongar los intercambios, Thiem pasaba a un saque-volea. Y Nadal se maldecía. Lo hizo en el quinto juego del segundo set. No había manera. No lograba imponer su juego. Acababa de fallar una dejada. Se veía 15-40 abajo. Las cámaras le enfocaban. Juramentaba. Thiem no le dejaba en paz. Nadal remontó en ese juego. Y acabó salvando el servicio. Sin embargo, no pudo repetirlo luego. Thiem siguió jugando de maravilla: le rompió en el quinto. Y luego soportó la presión: le importó todo un comino, estaba cabalgando por delante del mejor tenista del mundo en arcilla. Quizás, el mejor de la historia sobre esa superficie.
O al menos, eso dicen los números.
Nadal ha ganado 52 títulos en tierra, más que nadie. Se ha impuesto diez veces en Montecarlo y en Barcelona. En Roma, buscaba su octavo título. Y en París, en un par de semanas, saltará a por el décimo, posibilidad que permanece intacta.
–Pienso estar listo para recuperar mi mejor tenis –dijo. Hoy volaba a Mallorca. Pasará unos días pescando y jugando a golf.
UNA RACHA INTERRUMPIDA Nadal acumulaba 17 victorias consecutivas, con los títulos de Montecarlo, Barcelona y Madrid