Los dos peligros de las primarias
Los partidos políticos se caracterizan a menudo por ser demócratas no practicantes. Aunque son una pieza fundamental de nuestras democracias representativas, los partidos suelen resistirse a fomentar prácticas democráticas en el seno de sus organizaciones. Sus reticencias a dar voz a la militancia se basan en la profunda convicción de que las primarias pueden tener efectos colaterales altamente nocivos.
En concreto, las élites de los partidos suelen considerar que las primarias pueden resultar contraproducentes debido principalmente a dos razones. En primer lugar, existe el temor de que las primarias fomenten el ascenso de líderes con un escaso atractivo electoral. Los militantes de los partidos suelen tener una ideología distinta (normalmente más extrema) a la del resto del electorado. Si se deja en manos de la militancia la elección del líder, se incurre en el riesgo de que este se aleje de las preferencias de la mayoría de los votantes.
El segundo motivo que suele ofrecerse en contra las primarias es que alimentan el faccionalismo y las divisiones internas. Durante los procesos de primarias es frecuente que los partidos transmitan a la opinión pública cierto clima de polarización. Como cualquier otro proceso electoral, los candidatos de las primarias deben escenificar públicamente sus diferencias, por lo que inevitablemente se fomenta la sensación de desunión en el partido. Ciertamente, el vencedor puede buscar integrar las facciones perdedoras ofreciéndoles cuotas de poder a cambio de lealtad y paz interna. Sin embargo, cuando el líder es elegido directamente por las bases, éste puede estar tentado a escudarse tras esa legitimidad democrática para negarse a buscar fórmulas de compromiso con sus rivales.
En definitiva, según sus detractores, las primarias ponen en riesgo el atractivo electoral de los líderes y la unidad de los partidos. Ambas cuestiones preocupan a los dirigentes políticos pues éstos desean ganar elecciones para poder mantenerse en sus cargos. Ciertamente, si un partido quiere tener éxito en las urnas debería dotarse de líderes atractivos para la mayoría de los votantes y no sólo para una reducido número de militantes que probablemente seguirán votando al partido sea quien sea el candidato.
La unidad es también un elemento crucial para ganar elecciones. Los partidos deben evitar a toda costa ofrecer a la opinión pública una imagen de que existen disputas internas entre las distintas facciones que conviven en la organización, pues los votantes suelen castigar la división. Los ciudadanos no perciben las discusiones internas en los partidos como un sano ejercicio de debate entre distintas opciones políticas, sino que suelen considerarlas como un síntoma de incompetencia, politiqueo y de disputas encarnizadas para alcanzar el poder. Es por este motivo que los partidos intentan rehuir, o al menos esconder, los debates internos, pues la división se paga caro en las urnas.
En las primarias del PSOE de mañana planean los dos potenciales peligros de las primarias: la falta de atractivo electoral del próximo líder y la división interna. Por un lado, Susana Díaz encarna el primero de los peligros. Las encuestas publicadas en los medios de comunicación muestran a la presidenta andaluza como la candidata más alejada de las preferencias de los votantes socialistas. Aunque uno de los eslóganes de la campaña electoral de Díaz es su habilidad para ganar elecciones, la realidad es que los datos indican lo contrario: su atractivo electoral es notablemente inferior al de sus rivales.
Por otro lado, Pedro Sánchez parece encarnar el segundo peligro, el de la división interna. La mayoría de dirigentes del PSOE se han posicionado en contra de su candidatura, muchos de ellos incluso de una manera marcadamente hostil. Durante sus dos años como líder socialista, Sánchez no consiguió imponer cohesión y unidad en el partido y, en sus últimos meses como secretario general, acabó atrincherado en su despacho de Ferraz con más enemigos que aliados entre las filas socialistas. En este sentido, es probable que Sánchez sea el candidato con menor capacidad de integrar a sus rivales y de lograr un clima de relativa paz en el PSOE.
En definitiva, el vencedor de las primarias no tendrá fácil garantizar al mismo tiempo la unidad interna y la sintonía con el electorado socialista. Este domingo los militantes socialistas eligen entre susto o muerte.
El ganador debería garantizar unidad interna y sintonía con el votante, pero el afiliado al PSOE elige entre susto o muerte