Cortinas de humo
Trabajo en el mundo del espectáculo. ¿Por qué acuden a mí?”, pregunta Dustin Hoffman. Y Robert De Niro le contesta: “Porque la guerra es espectáculo. Y nuestra guerra se traga esa guerra”. Diálogo mantenido en La cortina de humo por el asesor del presidente de Estados Unidos y un productor de Hollywood contratado para diseñar un conflicto nuevo que desvíe la atención de los existentes y que les amargan la existencia. La película se estrenó coincidiendo con el punto más caliente del caso Lewinsky. La lógica del público hizo sus conexiones y Bill Clinton tuvo que acabar disculpándose ante su reprobación por parte del Congreso, no por haber tenido a una becaria debajo de la mesa del despacho oval distrayéndole, sino por haber mentido negando la evidencia.
En el mundo latino somos más condescendientes con el embuste. La política nos brinda incontables muestras a diario. Escuchar a nuestros representantes es evidenciar que, lejos de contestar con argumentos, se justifican con descalificaciones. Y que sus distancias las marcan antes señalando la paja en el ojo ajeno que quitándose la viga del propio. Como en el chiste del adúltero. Esta semana el Congreso ha reprobado al ministro de Justicia y a dos fiscales: General del Estado y Anticorrupción. Hasta hoy, los efectos prácticos han sido descriptibles pero notable es la erosión a la confianza judicial por parte de una ciudadanía atónita ante el culebrón de interferencias, orientaciones y presuntas connivencias de poderes obligados a ser independientes. Obviamente, todo es culpa de la oposición y sus problemas.
En el Parlament, el caso Palau ha provocado una brecha en Junts pel Sí de consecuencias imprevisibles. La razón de quienes creen que el Consorci debe acusar de nuevo a la extinta CDC para que la entidad recupere los seis millones de dinero público presuntamente desviados es contraria a los intereses de los supervivientes del partido difunto ahora instalados en la zona que esperaban de confort de la nueva formación. Marta Pascal admite que en caso de sentencia condenatoria alguien de la etapa anterior tendrá que pedir perdón. Y sin señalar a nadie, se le entiende todo. Tanto, que la deducción obliga a preguntarse a más de un independentista convencido si en este final del procés no se estarán lanzando permanentes cortinas de humo, aquí y allí, para desviar la conmoción que provocan tantos casos de corrupción. Por eso es tan fácil especular sobre cualquier movimiento sospechoso de cualquiera. Y por mucho que se nieguen todos, la incertidumbre se amplía porque la duda ya orienta más que ofende.
Si en España Montesquieu murió en manos de Alfonso Guerra, ahora la víctima es Maquiavelo. Le ha acabado matando la propaganda permanente que se ha inspirado en él. Lejos de que pocos ven lo que somos pero que todos ven lo que aparentamos, ya casi todos vemos de dónde salen tantos botes de humo.
Por mucho que se nieguen todos, la incertidumbre se amplía porque la duda ya orienta más que ofende