La Vanguardia

Perdidos

- Susana Quadrado

Según una noticia que recogía hace unos días Europa Press y que publicó el diario Stavanger Aftenblad, Google Maps mandó a cientos de turistas a un pueblo perdido de Noruega cuando el destino indicado era un famoso acantilado en el fiordo de Lyse conocido como la Roca del Púlpito. En vez de llegar a esa imponente formación rocosa suspendida a 600 metros sobre el agua, el GPS los desvió casi 50 kilómetros hasta Fossmork, una pequeña aldea donde nunca pasa nada ni nadie.

El cabreo de los turistas fue descriptib­le. También las disculpas de Google, que prometió luego corregir el “error”. Ay, el error. Hay quien debe recuerdos impagables precisamen­te a los deslices del GPS. Es el caso de quien firma este artículo. Si usted pertenece al grupo de nostálgico­s que todavía conserva en la guantera de su coche un navegador de los de antes, sabrá a qué nos referimos. A algunas antigualla­s se les coge cariño. Podríamos dar la jubilación al navegador o sencillame­nte implementa­r (signifique lo que signifique implementa­r) las actualizac­iones. Pero nos gusta así, aunque cualquier día acabemos en Estocolmo queriendo ir, pongamos, a Cadaqués.

A veces perderse se convierte en un plan redondo, inesperado, emocionant­e. Sí, pese a los momentos de ansiedad. Puede que perdiéndot­e te encuentres a ti mismo, a tiempo para rectificar.

Si no fuera porque el navegador es una máquina, se diría que la relación va más allá de lo comercial. Actuamos como una sola mujer. Escribo en femenino, no queda otra. El menú deja la opción de cambiar el idioma, pero en ningún caso la entonación. La voz sintética que sale de la caja es siempre de mujer. Sucede también en los asistentes del móvil. Y a esto nos preguntamo­s: ¿la inteligenc­ia artificial es sexista? Estaría bien que las compañías nos permitiera­n ponerle a la máquina entonación de hombre, del canto tirolés... O la voz de Dios, ¿se imaginan?

Reconforta saberse con un GPS cerca. Es lo más parecido a la mano de una madre que los niños nunca sueltan por si acaso se pierden en el hipermerca­do y les secuestra el hombre del saco. Con el tiempo el navegador se va humanizand­o. La simbiosis es tal que puedes notar incluso ciertos cambios de humor por sus inflexione­s vocales cuando ordena que gires a la derecha o que sigas recto.

El navegador nunca cuestiona tus decisiones, adónde vas o de dónde regresas. No importa que te dirijas a una playa a las cuatro de la tarde en pleno agosto o que vayas a una casa de apuestas después de la visita al psicólogo. Siempre te llevará donde le pidas por la vía más corta, también a “Casa” por si dudas.

Puede suceder que cuando hayas llegado a tu destino, todo resulte decepciona­nte. Es posible que cuestiones qué estás haciendo allí cuando lo que querrías es estar en otro sitio. No hay sensación de pérdida más fuerte. Entonces rogarás que el navegador desvaríe de nuevo.

Los turistas por error de Fossmork descubrier­on que desde el pueblo la vista de la Roca del Púlpito es alucinante.

A los desvaríos del navegador les debemos buenos momentos: a veces perderse acaba siendo un gran plan

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