La cultura está de moda
A veces es como si el enemigo de la cultura estuviera dentro de ella. Entendiendo por dentro las instituciones encargadas de defenderla y promocionarla. Creer en la cultura es una ingenuidad para unos y una responsabilidad para otros. Tres editoriales celebran su quinto aniversario en la sala BeGood, en el Poblenou. Hace calor. Huele a desinfectante de baño de discoteca. En la barra, hay paella, pizza y cerveza. “A los que nos aconsejasteis que no nos dedicáramos a esto, os equivocabais”, concluye Ramon Mas sobre el escenario. Fundó con Ricard Planas Males Herbes y ahora, contra todo pronóstico, cumplen un lustro de buena salud junto a Periscopi –Aniol Rafel a la cabeza– y Raig Verd, de Laura Huerga.
Conducidos por Anna Guitart, el primero en tomar la palabra ha sido Màrius Serra, que ha hecho un paralelismo con los años ochenta. Entonces también empezaron su aventura varias editoriales, pero la intención era acercar la literatura a la masa. “El problema és que se n’ha fet un gramassisme”, hasta el punto de que, décadas después, en lo que se denomina una collboniada, el Icub pretendía regalar libros a personas a las que no les gusta leer, como si así se fomentara la lectura. Gracias a libreros guerreros, bibliotecarios concienciados y medios escandalizados, se detuvo el plan diabólico de enviarle libros a Trump.
La Administración, en mayúsculas, también recibe duro por parte de Marina Espasa. Cuando le propusieron coordinar Barcelona, Ciutat de
la Literatura, imaginó ejemplares de Vida privada en la mesita de noche de los hoteles, minutos gratis de Bicing para aquellos que leyeran más, poesía en los cruceros. Pero, ay, se dio de bruces con la burocracia. Podía elaborar proyectos y redactar informes que, al final, solían repetirle: “Nena, això no t’ho firmo”. El escritor Borja Bagunyà celebra la independencia (de las tres editoriales homenajeadas), Núria Iceta dice que dependen de su conciencia, y Jordi Nopca les dedica un poema beat; Montse Ayats agradece que cooperen para competir, y Ferran Ràfols, que le dieran la oportunidad de traducir a Jonathan Lethem y David Foster Wallace: “Hasta ahora, el problema de la edición en catalán era la falta de confianza en el lector”. Ellos se han atrevido con Svetlana Alexiévich, Valero Sanmartí, Max Besora, actual must de la narrativa. La traductora Anna Casassas echaba de menos las editoriales-familia.
Miquel Adam acaba de incorporarse como editor en Ara Llibres, y deja al descubierto su faceta de
showman. Hace partirse de risa a un público entregado, donde están Adrià Pujol, Albert Forns, Jordi Gispert, Bernat Puigtobella, Jordi Rourera, Josep M. Argemí, Xavier Vidal, Agustín Comotto, ilustrador de las cubiertas de Wajdi Mouawad, y tantos hombres que, cuando la editora Rosa Rey ha entrado, creía que se había equivocado de local. Pero bueno, también están Maria Bohigas, Eugènia Broggi, Isabel Obiols, Míriam Cano, Diana Hernández, Lucía Barata hona, Isabel Sucunza. Y en definitiva, los que hacen de la cultura una fiesta, algo apasionante que debería estar siempre de moda.
Por ejemplo, una vez tras otra, George Orwell vuelve a ser pertinente. Sobre todo en tiempos de la posverdad. Debate publicará diez ensayos suyos sobre el lenguaje y la política en la antología El poder y
la palabra. Lo cuenta Miguel Aguilar en la azotea del Benjamin Franklin International School, el antiguo Sanatorio Maurin, gestionado por el Socorro Rojo del POUM. Aquí, con vistas al mar, la Sagrada Família, y una torre Mapfre que aún no existían, subía a fumar el autor de 1984 tras su paso por una guerra civil que inspiraría su obra. Su cama estaba, junto a las demás, en algún lugar inconcreto de lo que hoy son las oficinas del colegio.
Cada dos años, acompañados por su hijo Richard Blair y Quentin Kopp, hijo del comandante George Kopp, una decena de miembros de la Orwell Society hacen una ruta tras los pasos del autor por la Rambla, el Poliorama (cuyo tiroteo describió), antes de seguir hacia Huesca. Una mujer viene de Virginia, otra, de Australia, hay dos americanos residentes en París, alguien es de Londres. Al llegar a la azotea por una escalera angos- de caracol, todos han exclamado: “Uauh”. En total, son más de doscientos socios, pagan 50 libras al año. Se han incorporado a la visita Cristina Simó, nieta de Andreu Nin, y Jordi de Miguel y Andrea Lucio, que están adaptando a cómic el Homenaje a Cataluña.
El optimismo crece con cada año que cumplen editoriales como LaBreu, que ya tiene once. Contar en el catálogo con Denise Desautels es un lujo. Y que ella presente
Una felicitat imposada en la Jaimes, también. El editor Marc Romera dice que el poeta y traductor Antoni Clapés “es nuestro hombre en Quebec”, y que la gente le saluda por la calle llamándole “monsieur Clapés”. Es broma, pero no tanto. Clapés compara la sensibilidad literaria de aquí y de allá con respecto a la reivindicación nacional, la búsqueda de la identidad y la defensa de la lengua. Lee unos fragmentos de la novela, en la que una madre intenta negarle la tristeza a su hija, huérfana de padre, que se refugiará en su mejor amiga. Luego Desautels lee en francés. A diferencia de lo que parecen pensar las instituciones, ser optimista en la cultura es realista. Por eso, tal vez cabría fiarse más de quienes creen en ella.
Ser optimista en la cultura es realista; por eso, tal vez cabría fiarse más de quienes creen en ella