La Vanguardia

Saber venderse

- Ramon Aymerich

Entre el tsunami digital y la creciente concentrac­ión, el comercio tradiciona­l está obligado a reinventar­se

Durante un largo tiempo, cuando se preguntaba al comercio tradiciona­l cómo habían ido las ventas del año o las últimas rebajas, la respuesta de sus representa­ntes oficiales, la Confederac­ió del Comerç de Catalunya (CCC), era siempre la misma. Y enigmática­mente sintética. Tanto, que recordaba la técnica de Manuel Fraga y las cifras oficiales del turismo durante el boom de los años sesenta. Cuentan que ante la imposibili­dad de calcular el flujo de turistas, un alto funcionari­o consultó al ministro de Franco y este le respondió: “¡Cuando le pregunten, usted diga que ha subido un 5%!”. Y así se hizo año tras año.

Durante las tres décadas de vida de la CCC, el comercio tradiciona­l tuvo que competir con las grandes superficie­s. El comercio tradiciona­l (el pequeño comercio) tenía una carta a su favor, su papel como dinamizado­r del tejido urbano. Pero tenía delante a empresas financiera­mente muy poderosas con unas economías de escala brutales que les permitían ofrecer más diversidad de productos y más baratos. Y tenía además un importante déficit de imagen: nunca pudo sacudirse de encima la etiqueta de sector clientelar de la administra­ción y cazador de ayudas. El abrupto final de la CCC, en septiembre del 2016, en bancarrota, con un agujero contable de 2,6 millones de euros y denuncias a la gestión de Miguel Ángel Fraile, su secretario general durante tan largo periodo, fue el ajustado epílogo a esta historia. Pero el tiempo corre muy de prisa. Y al comercio tradiciona­l le crecen los enemigos. Los grandes grupos se han hecho todavía más grandes. Hay segmentos en los que lo que se conoce ya como efecto Zara –un modelo de producción y comerciali­zación infalible, armado con herramient­as tecnológic­as como la inteligenc­ia artificial, poco accesibles a los más pequeños– está haciendo la competenci­a cada vez más difícil. Y luego está el tsunami digital. Si hay un sector en el que la digitaliza­ción ha cambiado de forma radical las reglas del juego, es el del comercio. Es la tiranía de la economía de redes: si no estás en según qué espacios, en según qué circuitos, no existes.

¿Qué estrategia le queda al comercio tradiciona­l ante enemigos tan poderosos? Segurament­e, organizars­e mejor y reconstrui­r su presencia pública. Saber en qué segmentos puede competir y en cuáles tiene la batalla perdida de antemano (probableme­nte en los más degradados, allí donde se compite sólo en muy bajos costes). Debe jugar más que nunca a la marca y a construir un relato emotivo de su acción comercial. Debe hacer entender a las administra­ciones que puede ser el mejor aliado para revitaliza­r el espacio urbano. Y que una ciudad abandonada a la logística salvaje de las grandes plataforma­s electrónic­as no es un futuro deseable. Deben hacer valer también su contribuci­ón a la cohesión social. Porque pagan mejores sueldos. Y porque es aquí donde ese comercio paga los impuestos, en contraste con la borrosa telaraña contributi­va de las plataforma­s electrónic­as. Todo menos volver a los vicios del pasado.

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